Mensaje de bienvenida

¡Y sin embargo algunas personas dicen que se aburren!¡ Démosles libros!¡Démosles fábulas que los estimulen!¡Démosles cuentos de hadas! Jostein Gaarder

lunes, 29 de enero de 2018

EL PICHÓN PEREGRINO.

 En homenaje a San Blas y a ese dicho  "EN SAN BLAS LA CIGÚEÑA VERÁS" repongo este cuento.  Espero que os guste. Es el primer cuento que escribí después de mi jubilación, por eso le tengo un cariño especial.
Los dibujos me los hizo con mucha ilusión mi amiga Laura Bueno.

        

             ¡Las cigüeñas han llegado! —gritó Josemi.

         Todos los años esperaba ilusionado el regreso de sus amigas.  Al escucharle, la  gente que se encontraba sentada en la plaza del pueblo observó como unas sombras grandes oscurecieron momentáneamente el cielo. Las manchas oscuras se fueron aproximando con lentitud hasta el campanario de la iglesia y, majestuosamente, se posaron encima de él. Como siempre, ellas volvían en primavera, y esta se acercaba. En el campo  volvían a brillar los colores con más fuerza, los árboles iban vistiéndose de pequeños brotes verdes y los días se alargaban. El tiempo estaba soleado aunque fresquito.

          Frente a la iglesia, en una casa con un pequeño huerto, vivían Josemi y Fátima. En el tejado había un palomar y las palomas tenían sus crías sin preocupación; se sentían seguras sin el peligro de las lechuzas, sus grandes enemigas.

         La paloma Sacarina, a la que llamaban así sus amigas debido al color blanco de sus plumas, había puesto cinco huevos. Cuando pasó el tiempo necesario nacieron cinco  pichoncitos de los que estaba muy orgullosa.

         Ella también se puso muy contenta con la llegada de las cigüeñas. Por fin volvería a ver a su amiga Risueña. Sacarina la respetaba mucho y admiraba la elegancia y la fuerza que trasmitía al volar. Lo que más le gustaba de su regreso es que al atardecer volvería a escuchar sus historias sobre los peregrinos que se encontraba  cuando sobrevolaba el Camino de Santiago.

         A las seis de la mañana el reloj de la torre  despertaba  a todo el mundo con sus campanadas. Todos los días, por las mañanas,  las palomas y las cigüeñas estiraban sus alas y  peinaban sus plumas.

—Buenos días, Risueña.

—Buenos días Sacarina.

         Después de los saludos cada una se iba a cumplir con sus obligaciones y cuando caía la noche se reunían para contar lo que les había ocurrido durante esa jornada. En el palomar esperaban con ansiedad la llegada de Risueña, querían escuchar sus aventuras:

         —Venga Risueña, cuenta cómo te ha ido hoy —insistían sus amigas.

         —¿Cuántos peregrinos has visto? ¿Iban andando o en bicicleta? ¿Llevaban colgada al cuello la concha de Santiago?

          Siempre le preguntaban sin parar.

         Los pichoncitos de Sacarina iban creciendo y pronto se incorporaron al grupo de admiradores que la escuchaban por las noches. Risueña contaba sus experiencias sobre el Camino de Santiago:

         —Algo tiene ese camino. Cuando los humanos lo recorren  se transforman,  se hacen amigos y se hablan como si se conocieran de toda la vida. Es fantástico ver lo bien que se portan unos con otros. ¡Con razón dicen que es un camino mágico!

 

         La curiosidad de los pichones iba en aumento, en especial la de uno de ellos que preguntaba sin parar.

—“Cuando sepa volar bien, me iré  con Risueña” — pensaba.

         Pasaban los días y los hijos de Sacarina crecían mucho; ya casi estaban listos para salir del nido.

         De vez en cuando Josemi y Fátima subían al palomar. A los niños les gustaba mucho,  aún a sabiendas de que cuando lo hacían se solían llevar una reprimenda:

         —No debéis molestar a las palomas cuando están criando.

         Sacarina estaba muy contenta con sus retoños, pero le preocupaba  mucho uno de ellos. Era muy espabilado, pero creía que lo sabía todo, su madre le llamaba Listillo.

         —Mamá, ¿puedo  acompañar a Risueña?

          —No hijo, no. Ya irás cuando seas mayor y vueles con más seguridad. Ahora tienes que tener paciencia y esperar.

         Listillo lo tenía todo planeado, el primer día que oyera que iba a hacer buen tiempo, saldría volando en busca de los señores peregrinos. ¡En su casa se aburría tanto!

         Una mañana, todavía medio dormido, oyó entre sueños a su madre hablar con Risueña:

         —Risueña, ¿cómo está hoy el tiempo? Desde el campanario verás el  horizonte sin problemas.

         Listillo levantó la pluma que tapaba sus oídos y escuchó con atención la respuesta:

         —Creo que  vamos a tener un día estupendo, no hay ninguna nube en el cielo.

         ¡Eso es lo él estaba deseando! ¡Por fin llegó la hora!

         —¡Bravo!  Hoy empezaré mi viaje —dijo para sus adentros.

         Esperó a que su mamá saliera a buscar comida y, sin pensárselo dos veces, se pasó el pico por las plumas, las ahuecó y se preparó para empezar su aventura. Se colocó con cuidado al borde del nido y miró hacia abajo. Le dio un vuelco el corazón, ¡qué alto estaba aquello! Se acordó  de que su madre siempre se ponía en el alero del tejado, se dejaba caer y, cuando estaba en el aire, abría las alas y cogía altura. ¡Solo tenía que hacer eso! Parecía fácil. Se preparó en un saliente del palomar y realizó todos los preparativos necesarios para echar a volar.

         Algún detalle se le debió de pasar por alto pues, al intentar elevar el vuelo, ocurrió todo lo contrario de lo que él esperaba, empezó a caer y a caer, dándose golpes con todos los obstáculos que encontró en la pared hasta que acabó en el suelo. Se quedó tan aturdido que estuvo algunos segundos sin saber qué había pasado ni dónde estaba. Poco a poco fue reconociendo el lugar, recordó que cuando se asomaba desde el palomar, lo veía todos los días. Era el huerto de la casa; había  muchos árboles frutales  y  dos niños jugando. Con mucho miedo y dolor, Listillo se escondió como pudo dando pequeños saltos detrás de una maceta  y estuvo largo rato hasta que se acercaron  Josemi y Fátima.

         —Josemi, mira lo que hay aquí, un pichón del palomar; se ha debido caer, parece que todavía no puede volar, le faltan algunas plumas.

         —Vamos a avisar a mamá, ¡tendremos que curarle!

          Rápidamente salieron corriendo hacia la casa:

         —¡Mamá mamá!, mira lo que hemos encontrado, una paloma herida, ¿Podrás curarla?

         —Fátima, ya sabes que cuando se cae un pájaro del nido antes de tiempo es muy  difícil que sobreviva, pero vamos a intentarlo. Pobrecito, tiene el ala rota; vamos a vendársela, a lo mejor logramos que pueda volar algún día.

         Los tres se  lo llevaron dentro de casa, empezaba a caer la noche y hacía un poco de frío.

         Mientras, en el palomar, Sacarina que había vuelto con el buche lleno de comida se encontró con que faltaba Listillo. Nadie lo había visto y sus hermanos tampoco sabían nada. La paloma no paraba de preguntar a sus vecinas, ¡estaba desesperada! Fue en  busca de Risueña.

         —Risueña, ¿has visto a Listillo? Se ha escapado del palomar. ¡Qué va a ser de él! Se acerca  la noche y se va a morir de frío.

         —Sacarina, tranquilízate,  a ver si lo veo. Enseguida vuelvo.

         Risueña solo tuvo que planear un poco desde la torre para  darse cuenta  de que en la cocina de la  casa que había debajo del palomar  estaban curando al hijo de Sacarina. Remontó el vuelo y volvió rápida con la buena nueva.

         —No te preocupes Sacarina, está en buenas manos. La madre de Josemi y Fátima le está poniendo una venda en  el ala; se ha debido de golpear al iniciar al vuelo.

         Al oírla, Sacarina no pudo contener las lágrimas; pensar que no podía tenerlo cerca le produjo una tristeza inmensa.

         Listillo estuvo toda la noche arrepentido de no haber hecho caso de los consejos de su mamá. Tendría que esperar mucho tiempo para curarse la herida y, quizá, no podría nunca volar  como su amiga la cigüeña. Lloró y lloró hasta que empezó a amanecer. Al mirar por la ventana pudo ver a su madre posada en el alfeizar de la misma, esto le consoló.      Poco a poco se quedó dormido.

         Le despertó un gran alboroto en la casa. Los padres de Josemi y Fátima leían en voz alta una lista de objetos que estaban preparando y colocando en sus mochilas: cantimplora, saco de dormir, linterna, botiquín, crema para las rozaduras... Los chicos también preparaban su equipaje: dos bastones para caminar, sombreros, tres mudas y unas botas de montaña.

         —Bueno niños ¿estáis listos? Nos vamos en seguida.

         —Sí, papá, pero… ¿Qué vamos a hacer con el pichoncito? Si lo dejamos solo, se va a morir ¡Por favor, vamos a llevárnoslo! Nos ocuparemos  de cuidarle por el camino; hemos preparado una jaula y la llevaremos enganchada de la mochila.

         —¡Pero estáis locos!  Se morirá durante el viaje.

          La madre intervino en favor de Listillo:

         —Deja que se lo lleven. Si se queda aquí, van a estar todo el tiempo sufriendo por él.

         —Bueno —dijo el padre—, vosotros veréis, pero cuando se anda mucho, cualquier peso extra se hace insoportable.

         —¿”El Camino”? —pensó Listillo—. ¿”Será ese del que todos hablan”? Si fuera aquel al que se refiere Risueña, se cumplirían todos mis deseos. Aunque no pueda volar lo veré desde la tierra como un peregrino de verdad.

         La paloma Sacarina, desde arriba, vio como se alejaban todos con su hijo en una jaula colgada a  la espalda de uno de los niños. Empezó a llorar con desconsuelo pero el pichón desde abajo le gritó:

         —¡Mamá no te preocupes por mí! ¡Me voy a Santiago, soy un peregrino!

         Desde ese día, la paloma Sacarina esperó pacientemente el regreso de su hijo asomada al alero del tejado. Pasaron dos semanas y Listillo volvió de ese viaje, cansado, pero con todas sus heridas curadas.  Santiago le ayudó para que sanaran. Su madre y sus hermanos se pusieron muy contentos cuando les vieron llegar por el sendero. A los  pocos días  sus amiguitos  le abrieron la jaula.

         —Vamos palomita, tus heridas se han curado, ¡ya puedes volar!

         Listillo levantó el vuelo un poco temeroso al principio, pero luego, siguió elevándose  como si lo hubiera hecho durante toda su vida. La sensación de libertad era maravillosa. Se posó en el palomar y todos allí, le recibieron con mucha alegría.

         —Mamá, voy a volver a hacer el Camino, pero esta vez, con Risueña.

          —Este hijo mío no tiene arreglo —dijo a todas las palomas que estaban allí celebrando  su vuelta.

         Pasaron unos meses y, un día,  una extraña pareja formada por una cigüeña y una paloma sorprendió  a los peregrinos que hacían el Camino sobrevolando sus cabezas.

         A partir de entonces, todos los años al llegar la primavera, Risueña  y Listillo  emprenden un nuevo viaje; los dos se dejan llevar por la magia y el encanto del Camino de Santiago.

 

        



2 comentarios:

Marisa Alonso Santamaría dijo...

¿Qué bonito cuento Conchita!
El que realiza el camino de Santiago siempre repite, por algo será.
Un abrazo

Conchita dijo...

Gracias por expresar lo que te parece mi cuento. Hacer el camino es uno de mis sueños. No sé si algún día lo podré realizar.
Un abrazo.

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