Mensaje de bienvenida

¡Y sin embargo algunas personas dicen que se aburren!¡ Démosles libros!¡Démosles fábulas que los estimulen!¡Démosles cuentos de hadas! Jostein Gaarder

martes, 22 de abril de 2014

Manualidades con gomitas.


Ningún niño sin saber cómo se hacen las pulseras con gomitas.


  
 
 
Ante la aceptación que han tenido entre los niños y las niñas las manualidades con gomitas subo a mi blog el link de un vídeo en donde, Teresa, una niña canaria muy simpática, explica como hacer distintas flores.  Está muy claro, así que no creo que os sea dificil seguirlo . Ahí va. http://youtu.be/yeaGditzEvo

martes, 15 de abril de 2014

Es mi mamá. Cuento infantil para niños a partir de cuatro años.


                                            ¡ Por fin nació!
Hoy estoy muy contenta porque, gracias a  Gerbera Libros Infantiles,  ya está aquí, bueno, allí, mi nuevo cuento  “Es mi mamá”. Digo allí porque se ha editado en Argentina. Los dibujos tan simpáticos  que estáis viendo han salido de la mano del gran ilustrador Maco Pacheco; sus dibujos son estupendos de verdad.
En este cuento se  trata de forma divertida la decisión  que tiene que tomar la pata Paca de adoptar a un nuevo  miembro en la familia.
La editorial Gerbera Libros Infantiles ha usado una tipografía especial para niños disléxicos, aunque no afecta  nada a  la lectura de los normo lectores. Es adecuado a partir de cuatro años. Estoy segura que os encantará.
Como ya os he dicho, este cuento se ha editado en Argentina  y no se vende en España, pero si alguno de vosotros lo queréis  leer no tenéis más que pedirlo a esta dirección.
Tematika.com: Venta de libros, discos, peliculas. Libreria, disqueria online    
www.tematika.com

miércoles, 2 de abril de 2014

El ogro Zampón : Educación infantil y primaria.

Para festejar el día del libro infantil y juvenil.

 
 
  El ogro Zampón
 

Hace mucho tiempo, en un país muy lejano,  vivía un ogro muy desagradable al que apodaban Zampón. Zampón era  famoso  porque se comía todo lo que  se ponía a su alcance, desde pequeños animales hasta grandes ciervos.

 Habitaba dentro de un bosque atravesado por un río muy caudaloso. Cuando los salmones estaban en la época del desove era recorrido contra corriente por miles de ellos que subían a poner sus huevos hasta el lugar en donde habían nacido. En esa época, el ogro se ponía ciego de salmón y, si era necesario, se peleaba con los osos que se acercaban a sus orillas   para alimentarse. Todos los peques de los alrededores vivían en continua zozobra y los habitantes del pueblo sufrían mucho cuando Zampón les hacía alguna visita porque   el ganado desaparecía de sus corrales, y estaban durante mucho tiempo pasando hambre por su culpa. Un día, hartos de ser su despensa, fueron a quejarse a Bellorita, el hada de los bosques. Bellorita estaba muy disgustada con el comportamiento del ogro porque ella amaba a los habitantes de sus bosques y a sus animales y le fastidiaba mucho que no los dejase vivir en paz, así que Bellorita se hartó de tantas quejas y fue a hablar con el ogro.

—Zampón, ya estoy cansada de tu gula. Todo el mundo protesta porque te comes todo lo que pillas, lo mismo de noche que de día.  Eso no se puede ser, ¿por qué no te acostumbras a comer frutas silvestres,   bayas y miel?

—Con esos alimentos no tengo ni para el aperitivo; ya lo sabes Bellorita, no puedo obedecerte —dijo el ogro, mientras se limpiaba los dientes con un junco del rio, que utilizaba a modo de palillo.

El hada le escuchó enfadada y se dio cuenta de que Zampón no iba a cambiar nunca.

—Mira  lo que te digo, si no me haces caso, cada vez que te comas un animal de mis territorios, la boca se te hará más pequeña, y cuando te vea,  me daré cuenta de que no me has obedecido.

Zampón escuchó lo que le dijo el hada como si  no fuese con él y  pensó  que cuando Bellorita se marchase a su árbol mágico le dejaría tranquilo y podría  seguir comiendo sin parar.

Así lo hizo, cuando el hada se fue a descansar, el ogro salió de caza como todas las noches. Cazó tres conejos y dos faisanes; se sentó debajo de un árbol   y se los comió todos de un solo bocado. Cuando terminó de cenar, notó una tirantez extraña en los labios pero no le prestó   la menor atención; se levantó y se acercó al río para refrescarse en el agua, pero cuando se vio reflejado se quedó horrorizado con su nueva cara; su boca se había convertido en una pequeña trompa parecida  al  hocico de un oso hormiguero, también se dio cuenta  de que este cambio le impedía respirar bien. Intentó tranquilizarse y pensó   que al día siguiente   se le habrían pasado los efectos del castigo, que eso solo lo había hecho ella para asustarle, así que no hizo el menor caso del cambio efectuado en su cara. Sin embargo, el ogro estaba muy equivocado. Cuando se hizo de día, el estómago empezó a pedirle comida y agua, se acercó al rio a beber y, al   verse reflejado en él, comprobó que todo seguía igual que el día anterior: tenía  la boca igual de pequeña y estaba colocada a un extremo de una ridícula trompa. En ese momento  empezó a preocuparse de verdad,  pensó que  el tamaño de sus labios le iba a impedir comer presas grandes y que se tendría que contentar con animales de menor tamaño,  pero él seguía sin  dar su brazo a torcer.

 —Si se cree que me voy a quedar sin comer por esta tontería, está lista.  Estoy seguro de  que se me pasará pronto el efecto de su castigo.

Zampón se marchó a buscar  alimento; cazó  otro conejo y una perdiz,  pero cuando se dispuso a comérselos, se dio cuenta de que no tenía dientes como los osos hormigueros y, además, su lengua le había crecido bastante por lo que se le hacía un lío en la boca. Tuvo que soltar a los dos animales al comprobar que le sería imposible comérselos.

Ese día estuvo malhumorado viendo correr a su alrededor a los cervatillos sin que pudiese hacer nada para aliviar su apetito. Se le hacía la boca agua, pero sabía que no les iba a poder hincar el diente   porque ya no tenía y, además, aunque los hubiera tenido, el tamaño de su boca era tan pequeño que no se podía meter casi nada dentro. Poco a poco empezó a desfallecer cuando el hambre le atacó como una enfermedad. Cansado,   se  sentó  encima de  un hormiguero sin darse cuenta.  Al poco rato, las hormigas empezaron a subírsele por las perneras  de los pantalones, que eran muy anchas,  y  empezaron a picarle en las espinillas y las pantorrillas. Tuvo que levantarse de un salto y   quitárselas a base de  manotazos. Se sacudía tan fuerte que   mató   a unas cuantas; entonces, notó   que despedían un olorcillo bastante extraño, pero agradable. Sacó la lengua y observó, con horror, que por lo menos medía 60 o 70 centímetros, pero pronto se recuperó del susto y chupó el líquido que se le había quedado en la palma de la mano. ¡Caramba, aquello no sabía mal del todo!

—“Peor es morirse de hambre”  pensó, y en ese momento  decidió usar su nueva y larga lengua para algo útil, comería hormigas.

La dieta del ogro cambió; a partir de entonces solo comía cosas pequeñas como le había sugerido una vez Bellorita: bayas, fresas silvestres, moras, miel y por supuesto hormigas. También cambió su   actitud, se volvió menos fiero, y   ya no les daba miedo a los vecinos a pesar de que ahora era bastante más feo que antes. Sin embargo, seguía teniendo tanta hambre que, a veces, les suplicaba  que le diesen un poco de papilla, cuando  les veía  hacer la comida de los  niños. Ahora  el ogro les  daba pena y  siempre le guardaban un poco para él.

Bellorita, extrañada de que ya no fuera nadie   a quejarse,  se acercó un día  a ver a Zampón. Ya no se acordaba del castigo que le había impuesto   y, cuando se encontró con   él, no pudo dejar de reírse durante un rato viendo la pinta tan extraña que tenía.

—¿Qué te ocurre, Zampón? Con esa boca no creo que seas capaz de comer ningún animal de mi bosque. Te aconsejé que comieses miel, bayas y frutas, pero no me hiciste caso. Ahora no pareces ni un ogro ni nada. Yo no sé qué voy a hacer contigo, todos los bosques necesitan ogros que atemoricen y espanten a  bandidos, brujas y otros individuos indeseables. Pero con esa pinta nadie te tendrá miedo, y yo necesito asustar a seres más terribles que tú. Tendré que traer a otro ogro que infunda más temor, pero que no sea tan glotón.

Zampón la escuchaba  y no podía creer lo que Bellorita le estaba diciendo. ¡Tenía que marcharse de su bosque! ¿Dónde iría? Ya no era un ogro joven y con esa cara sería el hazme reír de todos. De repente pensó que todavía podía arreglarse su problema.

—Bellorita,  sé que no te hice caso cuando me aconsejaste que  dejase en paz a tus animales, pero ya tengo menos hambre, me he acostumbrado a comer poco, si te prometo que  voy a dejar en paz a tus ciervos y a los conejos y que voy a seguir con esta dieta casi vegetariana, ¿me dejarás que siga viviendo en tu bosque?

El ogro la miraba suplicante con esa cara tan rara que Bellorita no pudo por menos de sentir lástima de él.

—Vale, te pondré a prueba dos semanas; si pasado ese tiempo no recibo ninguna queja de ti, te dejaré que sigas siendo el ogro de este bosque.

Zampón le dio las gracias y le aseguró que no se arrepentiría de su decisión. Bellorita se marchó confiada en que se portaría bien y, a la mañana siguiente, le levantó el castigo. Cuando el ogro se despertó, fue como todos los días a lavarse en el río y a beber, y cuando se inclinó sobre el agua, pudo ver con sorpresa que había recobrado su aspecto anterior. Volvía a tener su cara redonda, su boca grande parecida a las de los hipopótamos y para su desgracia, también su apetito voraz. El hambre que tenía anteriormente volvió a atormentarle. Él  había hecho una promesa al hada y no quería defraudarla ni que le echase del lugar en dónde había nacido, así que se fue a ver a un granjero amigo de él.

—Matías, por favor, tienes que ayudarme, no quiero romper la promesa que le he hecho a Bellorita; déjame  encerrado en tu casa para que no pueda ir a cazar. Si no cumplo mi promesa, el hada me echará del bosque.

—No te preocupes, te encerraré con llave en una habitación de la planta de arriba y yo te daré el alimento que crea que necesitas, pero solo el necesario  porque a nosotros tampoco nos sobra la comida. Mientras que estés aquí encerrado, puedes ayudarnos a hacer   capazos de esparto   para  que luego  pueda venderlos en el mercado.

 Zampón estuvo de acuerdo; Matías, tres veces al día, le llevaba lo necesario para no morirse de hambre, y él, a cambio,  hacía unos   cestos preciosos que  gustaban  mucho a los habitantes del pueblo vecino. Sin embargo, como era tan   tragón, la comida que le llevaba Matías   le quedaba un poco  escasa y  a veces pensaba en  saltar desde el primer piso, ir a cazar y luego volver otra vez a la casa, pero inmediatamente recordaba su promesa y volvía a su trabajo para olvidar los malos pensamientos. Un día estaba tan desesperado que llamó a Matías y le pidió ayuda:

—Matías, por favor, sube un momento.

—¿Qué quieres? Estoy trabajando.

—Necesito que me ayudes, no creo que pueda aguantar  más sin comer.

Matías  lo vio tan desesperado que  pensó  que había que hacer algo  para ayudar a su amigo y decidió salir todos los días con él al bosque a pasear, así veían lo bonito que estaba, cogían flores, bayas, nueces y moras y,  después,  recolectaban  miel  y la untaban en un trozo de pan con queso que se llevaban en un pequeño zurrón y que  les sabía a gloria bendita. Entonces, Matías le hacía ver que si no cumplía la promesa iba a perder todas esas cosas tan buenas que tenían delante. Después de la charla, volvían tranquilamente a su casa. Al cabo de una semana,   el ogro notó que tenía menos hambre, que estaba logrando reducir su apetito y que había adelgazado. ¡Por fin había obtenido   una recompensa por su sacrificio!

Pasaron las dos semanas y Bellorita fue al pueblo a visitarlo para comprobar si había cumplido con lo prometido. Cuando le vio, no podía creerse el cambio efectuado en él: su cara ya no era una luna llena y, además, podía  llevar  zapatos porque al  tener menos barriga  llegaba a atarse los cordones.

—Vale, Zampón, veo que eres digno de confianza, te  quedarás  a vivir en mi bosque. Ahora estás más ágil y si vienen bandidos los puedes perseguir porque   puedes correr tras ellos.

Zampón recibió con mucha alegría las palabras del hada pero se dirigió a ella y le dijo:

—Bellorita, te voy a pedir un favor, me gustaría que dejaseis de llamarme Zampón, me recuerda una época de mi vida  de la que no estoy satisfecho.

—Me parece bien, pero qué nombre te podemos poner, ¿se os ocurre alguna idea? —preguntó Bellorita a las personas que estaban allí reunidas.

—Bellorita, Zampón ha cumplido con lo que te prometió por eso yo creo que podríamos llamarle “Cumplidor” —dijo un chico muy avispado que vivía en la casa roja del bosque.

Todo el mundo se quedó un poco extrañado, ¿Cumplidor?, nunca habían oído un nombre tan raro, pero tampoco habían conocido a nadie que se llamase Zampón, solo a su ogro. A Bellorita se pareció bien:

—Cumplidor, me gusta, tiene sonoridad y ahora le hace justicia.

Todos los vecinos aplaudieron al niño por la idea y a Cumplidor por haber tenido fuerza de voluntad   y vencer al hambre. Así, desde aquel día, Cumplidor vigiló el bosque y lo defendió de personas indeseables y todos se hicieron sus amigos porque, gracias a él, nunca volvieron a tener miedo de nada.