Mensaje de bienvenida

¡Y sin embargo algunas personas dicen que se aburren!¡ Démosles libros!¡Démosles fábulas que los estimulen!¡Démosles cuentos de hadas! Jostein Gaarder

viernes, 19 de diciembre de 2014

El juanete de Melchor. Cuento navideño para todas las edades.









El juanete de Melchor

Los lamentos del rey se oían en todo el palacio. ¡A Melchor le había salido un juanete!

—¡Cómo es posible que me pase esto a mi edad! —decía quejándose a los médicos que le asistían...

—Majestad, a su edad es cuando salen los juanetes —le respondían—. La gente joven no los tiene.

—¡Ay! ¡Qué mala suerte! ¡Si tengo el dedo gordo como una berenjena! Estoy esperando una visita muy importante y no me pueden ver de esta forma. Mis invitados vienen desde muy lejos y me van a encontrar hecho un viejo achacoso.

El primer ministro le comentó:

—Majestad, viejo viejo, no está, pero ya tiene unos añitos.

Uno de los médicos que le atendía se atrevió a interrumpirle.

—¿Puedo recordarle humildemente que su majestad, además de rey, es mago? —dijo  muy bajito para que sus palabras no rebotasen en la berenjena real y le produjesen  más dolor aún.

—Majestad, usted mejor que nadie, puede curarse con su magia —le recordaron los otros médicos que estaban allí.

Él podía arreglar su problema si quisiera, pero en ese momento, lo que verdaderamente le preocupaba era que el palacio estuviera en condiciones para recibir a sus ilustres huéspedes.

Pensó que debía comprobar que todo estuviese preparado.

 Melchor   pidió   que   le trajeran un palanquín para recorrer su magnífico hogar. Tardaría varias horas en hacerlo y él no estaba para muchos trotes.  Dos criados muy fuertes lo colocaron con mucho cuidado y lo levantaron como si fuera una pluma.

—¿A dónde vamos Majestad? —preguntaron.

—Llevadme hasta la puerta del Respeto; por ese lugar entrarán mis huéspedes.

Mientras atravesaban el palacio, Melchor comprobaba que todo estuviese en orden.

—Hamed, ¿habéis limpiado las cúpulas doradas de las cuatro torres?

—Sí majestad. El oro que las cubre reluce como el sol —le contestó.

—Bien, bien. Mis invitados se merecen que todo esté perfecto. Ah, ¿y las fachadas? —volvió a preguntar.

—El mármol ha quedado más blanco que la leche que ordeñan vuestros cabreros —el rey se rió al escucharle.

Las criadas, ocupadas en la preparación de las habitaciones de los invitados, le saludaban al pasar. El rey Melchor quedó satisfecho.

El palanquín siguió durante un rato atravesando los jardines; los jardineros estaban muy ocupados. Hizo un gesto con la mano para que los porteadores parasen.

—-Palmerero, ¿cuántas palmeras habéis podado?

—Señor, ya llevamos más de quinientas, además hemos arreglado todo el seto que rodea el palacio y llevamos más de dos mil orquídeas y rododendros plantados alrededor de los veinte surtidores que refrescan el ambiente.

—¿Y el bosquecillo de olivos que hay al fondo del jardín?

—Hay una cuadrilla que está cortando las ramas viejas y  recogiendo todas las aceitunas que han caído al suelo.

El canto de los innumerables pájaros que anidaban en los árboles del jardín le hizo alzar la voz.

—Perfecto, perfecto, Mohamed.

En ese momento se oyó el sonar de las trompetas, siempre lo hacían cuando llegaban visitantes ilustres. Tenían que aligerar hasta llegar a la puerta del Respeto, no quería hacerles esperar,  pero las numerosas fuentes y acequias,  que producían continuamente un refrescante  murmullo de agua, les impedían moverse con rapidez.

Una caravana estaba esperando   a que le diesen paso para entrar a descansar del largo viaje. Dos imponentes camellos destacaban de los demás por la riqueza de las ropas de las personas que iban montadas sobre ellos.

¡Por fin llegó Melchor a la puerta! Descendió del palanquín sin que saliese un solo quejido de su boca y se dirigió a recibirles.

—¡Queridos amigos Gaspar y Baltasar! Sed bien venidos. Estaba impaciente esperando vuestra llegada.

La alegría del encuentro parecía que le había hecho olvidar su dolor.

—La impaciencia era nuestra, Melchor. El viaje ha sido largo pero, realmente lo merece. Durante las noches que hemos pasado en el desierto nos ha guiado la estrella que tanto hemos estudiado —dijo Baltasar lleno de optimismo—. Estamos seguros de que nos quiere indicar el lugar en donde va a ocurrir el nacimiento del rey de los judíos, como dice la profecía.

—Queremos salir cuanto antes. Cuando nuestros camellos descansen nos pondremos en camino   y tú, nos acompañarás como habíamos quedado, ¿no es así? —preguntó Gaspar al maltrecho Melchor.

—Sí, por supuesto, yo quiero ir con vosotros, pero mirad mi dedo, lo tengo como una berenjena —les comentó afligido, mientras les mostraba su pie hinchado.

—Eso no es nada, Gaspar tiene un remedio infalible. En cuanto te lo prepare se te quitará el dolor y podrás acompañarnos —le dijo Baltasar tratando de animarle.

A Melchor se le cambió la cara. A él no le gustaba usar su magia consigo mismo; la empleaba para beneficiar a otras personas.

Esa noche después de descansar y cenar, Gaspar le untó el pie con una pomada y luego se lo vendó.

—Mañana estarás como nuevo Melchor, que descanses. Gaspar salió cerrando la puerta.

Dos días estuvieron descansando y reponiendo víveres para que no escasearan en el viaje y por la noche subían a una de las torres más altas del palacio para observar   la estrella.

—¡Qué bella es! Nunca vi nada parecido —decían asombrados.

Los tres magos eran   eminentes astrólogos y sabían que esa estrella les traía buenas noticias.

—Estoy deseando  emprender el viaje –—insistía Baltasar.

Todos estaban muy nerviosos, querían conocer a ese gran personaje que había revolucionado los cielos; hasta las estrellas parecían obedecerle.

Por fin, al tercer día   la caravana emprendió el camino, la pomada de Gaspar le había hecho efecto y le habían desaparecido los dolores.

El viaje por el desierto fue  agotador y el rey Melchor lo notaba más que ninguno. No en vano era el más anciano de todos. La pomada ya no le aliviaba y sufría mucho, pero   no se quejaba, no quería detener el  viaje. Sabía que estaban ante un acontecimiento muy grande y tenían que llegar cuanto antes.

Una noche, en la que los dolores de su pie eran insoportables, la estrella se paró en un pueblecito pequeño llamado Belén.

-—¡Parece que hemos llegado! —exclamaron los tres muy contentos.

—Se oyen unos cantos preciosos, sigamos a la gente; todos van hacia donde está la estrella —dijo lleno de júbilo Baltasar.

Melchor callaba, habían dejado los camellos a uno de sus camelleros; no sabía si podría llegar andando, sin embargo, hizo un último esfuerzo, no había hecho un viaje tan largo para rendirse en el último momento.

Les seguían sus pajes con lo regalos para el niño rey. Se hicieron paso entre una gran multitud que se acercaba al mismo lugar al que iban ellos, los canticos se oían cada vez más cerca.

De repente se encontraron delante de un establo iluminado por una brillante luz. La luz salía de un pesebre que había en el centro en donde estaba acostado   un niñito precioso. A su lado, sus padres   parecían los seres más felices del mundo.

Los ángeles que lo rodeaban cantaban unas canciones tan lindas que lo arrullaban y dormían. El niño no se enteraba de todo el bullicio que   se había formado a su alrededor.

En ese momento un paje observó la cara de Melchor contraída por el sufrimiento que le producía el juanete y le ofreció un asiento. Se sentó en él mientras contemplaba al niño. Realmente no había visto nunca un bebé tan bonito. Todo el mundo sintió que   el amor flotaba en el aire y que algo se transformaba dentro de ellos.

En ese momento Melchor vio que un mendigo cojo, vestido con harapos y arrastrándose gracias a unas muletas, intentaba acercarse también. El mago al darse cuenta de la dificultad que tenía para moverse, se levantó y le ofreció su asiento.

—No puedo aceptarlo, señor. Usted es un rey y yo un mendigo.

—Insisto en que se siente, buen hombre. Delante de este niño todos somos un poco mendigos, todos venimos a pedir.

María se había dado cuenta de la buena acción de Melchor y, como el niño se había despertado le invitó a que lo cogiera.

Melchor se acercó cojeando, ya casi no sentía la pierna, el dolor le subía hasta la rodilla.

Cuando lo tomó en brazos, el pequeño le sonrió, y aquella sonrisa fue como un bálsamo para su pie: el dolor y la hinchazón desaparecieron inmediatamente.

El rey pidió permiso a María  para dejarle  el niño al mendigo; un hombre que había hecho tanto esfuerzo para llegar hasta allí bien merecía  tenerlo un poco en brazos.

El mendigo seguía sentado pero no se atrevía a cogerlo, no quería manchar ese cuerpecito tan blanco y tan puro.

—¡Cójalo! su madre nos ha dejado —le dijo Melchor.

El hombre le obedeció, lo sostuvo durante unos instantes mientras el niño le tocaba la cara con sus manitas. El mendigo sintió  como si un manantial de agua templada  le recorriese el cuerpo por fuera y por dentro y, en ese instante, quedó totalmente limpio y volvió a sentir sus piernas de nuevo. Se levantó para entregárselo a su madre sin darse cuenta de que ya no necesitaba las muletas. El niño del amor le había curado.

Los reyes magos estuvieron varios   días visitando a Jesús, a María y a José, les llevaron los regalos y con pena tuvieron que dejarlos: sus caravanas   debían regresar a  sus países.

Una noche, mientras cenaban bajo un cielo totalmente estrellado, Melchor les comentó a los otros magos:

—Verdaderamente ese niño es todo amor, va a revolucionar al mundo.  Yo antes de conocerle era muy egoísta, nunca hubiese reparado en que había un mendigo a mi lado si él no me hubiese mirado. Me ha curado por fuera pero lo más importante aún, me ha curado también por dentro.

Gaspar y Baltasar   habían sentido algo parecido dentro de ellos. El viaje había merecido la pena.


 


viernes, 12 de diciembre de 2014

Es mi mamá, visita el CEIP El Molinico de La Alberca




Una foto de Conchita García-Bayonas Blánquez.



Ayer  visité de nuevo el CEIP El Molinico de La Alberca.  Volví  a recordar la satisfacción que sienten los maestros cuando ejercen su trabajo. La  carita de alegría de los niños cuando esperan con impaciencia que les cuentes un cuento o les enseñes algo nuevo es algo que no se puede pagar con nada. Eso solo lo saben los maestros que se dedican por vocación a la enseñanza. 

 Hacía tiempo que no volvía  a ese  colegio y  fui a leerles mi nuevo cuento Es mi mamá.  Los niños de primero se portaron de maravilla y su profesora, Encarna, me presentó a la clase.



-Aquí os presento a Conchita que ha venido a leeros un cuento que ha escrito ella -dijo.   

Uno de los más espabilados exclamó:
-Tendría que llamarse Concha porque ya es mayor.

Encarna leyéndoles el cuento.
Todos nos reímos de la ocurrencia de Iván, creo que así se llamaba el peque. Encarna les explicó que ella también lo era y en su casa la llamaban Encarnita.

Es una magnífica profesora, tienen suerte de tenerla. Yo también aprendí muchas cosas en esa clase, por ejemplo a vaciar la mente de palabras innecesarias  y tirarlas por la ventana para poder escuchar muy bien las cosas importantes.

La profesora se ofreció a leerles el cuento. Lo dramatizó estupendamente y los niños se rieron mucho. Después yo empecé a mostrarles los dibujos tan chulos que lo ilustran, a hablar de los personajes  y  de la trama del mismo; me gustó que captaran muy rápido que la patita del cuento había adoptado al nuevo hijito.  También les hablé de Maco, el ilustrador y  en la pizarra digital vimos el booktrailer del cuento; aplaudieron  mucho cuando terminó.

Me han prometido hacer dibujos sobre él, y yo a mi vez les prometí que los subiría a mi blog. Por supuesto que el cuento se quedó en la biblioteca de la clase para que lo disfruten cuando quieran.
Pronto volveré de nuevo con mucho gusto.

miércoles, 3 de diciembre de 2014

Anoche soñe, cuento solidario.

Anoche soñé, el cuento de la solidaridad
 
 
Una foto de Conchita García-Bayonas Blánquez.
Autora: Teresa Guirao Pujante. Ilustrador: Juan Miguel marín Moreno.

 
 

Todo lo que se recaude con su venta se donará a la Asociación de familias de Personas con Discapacidad Intelectual del Noroeste. APCOM.
Ayer por la noche asistí a un acto que me llenó de esperanza al comprobar que la generosidad  de algunas personas todavía acampa  por estas tierras.

Me enteré de chiripa de la presentación del cuento Anoche soñé en la Biblioteca Regional y, como yo también soy escritora de cuentos, me sentí tentada en acudir para presentarme ante el editor y ofrecerle alguno de mis escritos por si estaba interesado en ellos; sin embargo cuando llegué  vi que mis intenciones estaban fuera de lugar en ese momento.Una foto de Conchita García-Bayonas Blánquez.
Allí delante de nosotros había seis personas que  trabajaban desinteresadamente para hacer que los niños  discapacitados fueran primordialmente felices.

La editorial Gollarín se ofreció  a Teresa Guirao Pujante, la escritora, y a Juan Miguel Marín Moreno, el ilustrador, para sacar al mercado este precioso cuento  de una forma totalmente altruista. El resultado del esfuerzo y de sus  horas de trabajo  se ha visto recompensado con el nacimiento de este libro.
Pido disculpas por no nombrar a las otras personas que también han ayudado con su apoyo al nacimiento del libro pero no recuerdo sus nombres ni sus cargos.

 Teresa, que trabaja con niños discapacitados, narra el sueño de uno de ellos. Está hecho para niños con dificultades y para niños sin ellas.

Todo lo que se cuenta está apoyado por pictogramas que ayudarán a comprender la historia  a aquellos pequeños con dificultades de comprensión.

Al final  hay una  Guía y una propuesta didáctica para padres y educadores.

Como bien dijo alguna de estas personas, este libro debería estar en cada una de las aulas de los colegios para que se trabajase en ellas junto con las profesoras y profesores. Sería de gran ayuda para eliminar las barreras que existen entre niños diferentes.

Todo lo que se recaude con su venta se donará a la Asociación de familias de Personas con Discapacidad Intelectual del Noroeste. APCOM.

Este escrito es mi pequeña aportación. Si con él he motivado a alguien para  comprarlo, me sentiré contenta.

sábado, 29 de noviembre de 2014

La inquietante historia de un castillo, un gato, una planta carnívora y una olla de lentejas.



Pedrito llegó muy contento del cole. El profe le había encargado que hiciera un mural para ilustrar el tema que estaban estudiando: los castillos.
Su madre le abrió la puerta y le dio un beso.
 -¿Qué tal ha ido la clase hijo?
-Bien mami, me voy a mi cuarto que tengo que hacer un trabajo.
Su gato, Chispita, también salió a recibirle. Le gustaba que Pedro le acariciara la espalda y lo hacía siempre que llegaba.
-¡Hola Chispita! ¿Te has portado bien?-. Pedro se agachó y, como siempre,  le rascó el lomo mientras el gato se restregaba en la pata de su pantalón vaquero.
- Pedro, enseguida te llamo para comer, hoy no viene tu padre así que cuando termines  el trabajo, comemos.
-¿Qué hay de comer mamá? ¡Tengo un hambre! - Preguntó  mientras cogía al gato en brazos y se lo llevaba a su habitación.
-Lentejas-, contestó Marisa desde la cocina.
Por suerte para Pedro, no la oyó: ¡odiaba las lentejas!
Para ir a su habitación tuvo que dar un rodeo  para evitar  una maceta que su madre había colocado en el pasillo. Era un regalo de Berta, su mejor amiga.
-Es una planta carnívora,-, le dijo. Debéis tener  cuidado con ella pero en el vivero me han dicho que os mantendrá la casa limpia de insectos.
El chico miraba siempre la planta con recelo. No se fiaba de ella. Alguna vez, hasta había tenido pesadillas con la dichosa plantita.
Pedro se quitó la chaqueta y  sacó la cartulina que colocó sobre la mesa, luego puso  los lápices, ceras y rotuladores  al lado y empezó a dibujar su castillo ideal, el que siempre tenía en la cabeza cuando jugaba con sus soldados  a guerras.
Primero esbozó  las murallas, las colocó encima de una pequeña montaña rodeada por un río. Después le hizo el puente levadizo,  la puerta y el escudo de armas encima de ella. Dibujó la torre del homenaje y empezó a colocar entre las almenas las cabezas de los soldados que estaban preparados para la batalla. Encima de la torre puso al rey.
Separó la cartulina para ver el efecto y su castillo le gustó mucho. Estaba orgulloso de su dibujo, así que se levantó y fue a enseñárselo a su madre que  estaba en la cocina.
Pedro se acercó a la olla y miró dentro. Lo que vio le quitó las ganas de comer: una olla gigantesca llena de lentejas, allí había  por lo menos para tres días.
-¿Lentejas? ¡Mamá, te he dicho mil veces que no me gustan las lentejas! Se me han quitado las  ganas de comer-, exclamó enfadado.
-Ya sabes lo que dice el refrán: Lentejas, comida de viejas, si quieres las comes y sino también-, añadió su madre-. A ver,  enséñame el dibujo.
La alegría de Pedro le desapareció como si fuera humo. Se desvaneció  junto con el vapor que salía de la olla. Ya no tenía ganas ni de seguir dibujando ni de que su madre viera lo que había hecho. Salió hecho un basilisco de la habitación.
-Pedro, ya sabes que no me gusta ese genio que tienes. Vas a comer lentejas quieras o no.  Además, están muy buenas, llevan chorizo y morcilla; eso si te gusta.
Pedro no escuchó a su madre, cogió a Chispita en brazos y se fue bastante contrariado sin fijarse en la planta del pasillo. Tropezó con ella y el gato se le cayó de las manos.
En un momento, la muy traidora abrió sus hojas como si fuera una boca gigante y se engulló al pobre minino.
Pedro se llevó tal susto que, por un momento, no supo qué hacer  pero  enseguida empezó a chillar:
-¡Socorro, mamá! ¡Ven enseguida! Tu planta se ha comido al gato.
Mientras, en la maceta se libraba una batalla que se apreciaba desde fuera. El gato luchaba por salir,  pero la planta quería masticarlo.
Marisa salió disparada de la cocina con un cuchillo en la mano.
-¿Qué ha pasado?-,  su madre enseguida se dio cuenta de lo sucedido y cortó de cuajo la peligrosa  planta por la parte más baja del tallo. Inmediatamente las hojas se aflojaron y pudieron rescatar a Chispita medio asfixiado, pero vivo.
-Habrá que llevarlo al veterinario-, le dijo Marisa a su hijo, pero no te va a dar tiempo a comer.
-No te preocupes mamá me hago un bocadillo en un momento mientras te vistes.
En un santiamén estaban montados en el coche;  Pedro con el gatito encima de sus piernas
comiéndose  un  apetitoso bocadillo de chorizo que se preparó rápidamente.
El chico iba sonriendo, sentía pena por el gato, pero él se había librado de una buena.
-No pienses que te has salido con la tuya, mañana  las tienes de primer plato.-, le aseguró su madre bastante molesta viendo la sonrisa en la cara de su hijo.
-Si llega a estar un segundo más aprisionado entre las  carnosas hojas de esa planta, se hubiera muerto-, les explicó el veterinario-. Son muy peligrosas. Dígale a su amiga que otra vez le regale geranios.
De repente a Marisa le cambió la cara.
-¡No recuerdo si he apagado el fuego!-, comentó en voz alta.
El veterinario, al ver la angustia de su clienta, le sugirió que fuera rápido a su casa.
-Ya me pagará otro día.
Salieron corriendo y llegaron enseguida porque la clínica estaba muy cerca, pero al entrar en el ascensor  ya se olía la tragedia.
-¡Se me han pegado las lentejas!- Exclamó.
-Mamá, lo importante es que no se ha prendido fuego a la casa-, añadió Pedrito.
Le había salido el día redondo: la planta exterminada y las lentejas en la basura.
¡Ah! y lo mejor de todo, su gato seguía vivo y coleando.

El dibujo del castillo lo he subido de internet.

martes, 4 de noviembre de 2014

La flor del crisantemo, cuento tradicional japonés, en versión resumida por Aurora Gil Bohórquez.)


A pesar de que en  nuestro país el crisantemo se identifica con el día de difuntos y con los muertos, en China el crisantemo se emplea como flor ornamental desde hace más de dos mil años.



 Despúes su cultivo se trasladó a Japón donde se convirtió en una flor santa que recibía una veneración divina. Es tanta la veneración que tienen en este país por esta flor que algunos creen que  la esfera que podéis ver en la bandera japonesa no representa el sol naciente sino el corazón de un crisantemo despojado de sus pétalos.



Aunque otras personas dicen que el círculo en la bandera japonesa representa un sol naciente. Vosotros podéis quedaros con la historia que más os guste.



A partir de aquí, podéis leer el precioso cuento japonés que Aurora Gil Bohóquez ha tenido la amabilidad de resumirnos para que no se hos haga pesado.


Hace mucho, mucho tiempo, en un lugar muy lejano del oriente, vivía una familia feliz. El padre, la madre y un niño pequeño que era la alegría de la casa.

Una mañana el pequeño se despertó con fiebre alta y decaído; apenas sonreía ni podía abrir sus ojitos. Sus padres enseguida empezaron a ponerle los alivios que conocían, pero el niño cada vez estaba peor. Decidieron ir a consultar al sabio del... bosque, un anciano que tenía poderes mágicos y sabía los remedios para casi todos los males.
Cuando vio al niño, sintió pena por sus padres… No conocía una solución para salvar a ese pequeño. Se le iba la vida muy deprisa. Apenas le quedaba tiempo.
¿Qué decir a sus padres?


 - Su hijo vivirá tantos días como pétalos tiene la flor que crece al pie del árbol más alto del bosque, les dijo.

 Intrigados y llenos de incertidumbres, acordaron que fuese la madre a buscar esa flor que indicaba el tiempo de vida del pequeño.
La madre corrió entre los árboles hasta encontrar el más alto. Y a sus pies crecía una hermosa flor. Pero, ay, solo tenía cuatro grandes pétalos.

¡Cuatro días iba a vivir su hijo! No podía ser. Y entonces, sacando una larga aguja que sujetaba su moño, empezó con paciencia y buen pulso, sin hacer caso a sus lágrimas, a dividir cada uno de los pétalos de la flor en cientos de ellos, hasta hacer imposible contarlos. 







 Esperanzada, llevó la nueva flor hasta el sabio y se la mostró:
- ¿Es esta la flor que me dice?
Sorprendido, el sabio le respondió:
- Sí, es la flor de la vida… El crisantemo.

Desde entonces, las flores que crecen bajo el árbol más alto del bosque tienen innumerables pétalos. Son los crisantemos. Y el niño vivió muchos, muchísimos años.
Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.

Las fotos las he tomado prestadas de páginas de Internet.

jueves, 30 de octubre de 2014

El castillo del miedo con final feliz. Para los que no son miedosos o eso creen.


El castillo del miedo




 

Dibujo de Guille Martínes Ortiz
Se acercaba la noche de los difuntos  y todo el mundo se  preparaba para recibirla.


En el castillo de la bruja Terrorífica también estaban ansiosos porque llegase esa noche. Sus moradores tenían un motivo muy   especial. Este castillo solo existía durante  la noche del treinta y uno de octubre en la que se celebraba la noche de los difuntos, el resto del año desaparecía a los ojos de las personas y hasta el siguiente año no volvía a existir. La gran bruja había hechizado a sus habitantes,  decía que  no servían para nada  y que  ya no asustaban a los niños.

Cuando llegaron las doce  y un minuto de la noche, una niebla muy espesa se formó encima de un pequeño montículo y no  se deshizo hasta que todo el castillo resucitó de nuevo.

Lo primero que apareció en el centro del monte fue una construcción negra  con torres muy altas y  ventanas  estrechas. Una pequeña luz se adivinaba dentro. De las torres salieron volando infinidad de murciélagos. Las telas de araña, tejidas minuciosamente por arañas gigantes, parecían cortinajes de tul negro  en donde se columpiaban los esqueletos.

 Dos armaduras huecas, sin cabeza,  bajaron  el puente levadizo  y un gran ruido de cadenas resonó en todo el valle. La puerta  del castillo  se abrió con un gran chirrido de goznes.

—¡Ayyyyy!, —gritó Terrorífica que estaba asomada en lo alto de una torre—. ¡Nunca os acordáis de engrasarlos de un año para otro! ¡Sois unos inútiles!

 Cuando se hizo el silencio de nuevo, la puerta empezó a vomitar un  gran ejército formado por  engendros y seres repugnantes que hubiesen aterrorizado al más valiente.

Los fantasmas  salieron en primer lugar  arrastrando sus cadenas, después les siguió un gran grupo de  zombis llenos de heridas sangrantes, ogros, vampiros, momias, decapitados, demonios y asesinos. Los esqueletos dejaron de columpiarse y siguieron a la comitiva; por último, decenas de brujas montadas en sus escobas salieron volando desde las almenas llenando el oscuro cielo. Cerrando la comitiva iba Frankestein.

Cuando todo el mundo estaba fuera se oyó la voz atronadora de la gran bruja que les gritó:

—Ya sabéis estúpidos e  infectos seres,  conque uno solo de vosotros asuste a alguien  os quitaría la maldición y volveríais a vivir sin desaparecer como hacíamos antes, pero estoy segura  de que sois tan inútiles y necios que tampoco lo conseguiréis este año.

Al escuchar a  la gran bruja Terrorífica, se indignaron de tal manera que empezaron a murmurar entre ellos.

—Esto no hay quién lo aguante —dijo un zombie que llevaba el ojo en la mano. Se lo quitaba o ponía según necesitaba mirar hacia la derecha o hacia la izquierda.

—¡Estate quieto con el ojo! —exclamó un vampiro al que le chorreaba la sangre por la comisura de los labios y goteaba hasta la camisa—. Me da repelús verte.

—No debemos dejarnos avasallar por ese saco de huesos, nariz aguileña y pelos de estropajo. Este año tenemos que organizar algo terrible que nunca olviden los habitantes de Castillejo del Valle. Si desaparecemos de nuevo, le cambiaran el nombre al pueblo y dejará de llamarse así —añadió un hombre con aspecto de pordiosero que llevaba un gran  saco a la espalda.

—El que tengas alguna idea que la diga, luego se elige por votación la mejor y la ponemos en práctica ¿vale?  —sugirió una momia.

—De acuerdo —dijeron todos, sentándose en círculo para preparar su maléfico plan.

Habelas hailas

Las brujas, que iban volando en las escobas por encima de sus cabezas, al ver que la comitiva de monstruos se había sentado descendieron para aportar sus  ideas.

—Sugiero encender un buen fuego para calentarnos y realizar los  conjuros —propuso Espantosa, otra bruja que tenía bien ganado su nombre.

Mientras Espantosa lo preparaba, se acomodaron lo mejor que pudieron: los vampiros colgaron sus capas en las ramas de los árboles para que no se les arrugasen,  los decapitados dejaron sus cabezas en el suelo pues era una lata moverse siempre de un lado a otro con la cabeza a cuestas, las brujas soltaron sus escobas, los hombres del saco se lo quitaron pues pesaban lo suyo, los esqueletos se apoyaron  en unos troncos para no desmoronarse y las momias se soltaron los vendajes que las oprimían, pero todos tuvieron que pedirles que se las volviesen a poner pues apestaban de una forma insoportable. Frankestein se sentó en una piedra para ver mejor lo que las brujas estaban echando en el fuego.

Mientras, en el pueblo un grupo de adolescentes tenían un plan para pasar la noche de difuntos.

—A mí no me dan miedo ni los muertos ni los zombis ni nada de esas tonterías, propongo organizar una acampada en las afueras del pueblo. ¿Quién se apunta? —preguntó Ismael.

Los demás chicos no estaban muy seguros, ¿precisamente esa noche tenían que ir de acampada? ¡Anda que no había días para hacerlo!

—Yo no voy, con el frío que hace y encima esta noche. No contéis conmigo —dijo Pedro.

—Eres  un gallina. Cuenta conmigo Ismael —añadió Luis.

Quedaban tres chicos que no sabían que decir. No les hacía gracia la idea pero tampoco les gustaba que los tomasen por miedicas.

—Te lo digo esta tarde, se lo tengo que preguntar a mis padres, a lo mejor no me dejan —razonó Carlos.

Ismael no tenía ganas de más excusas así que dijo:

—El que quiera venir que esté esta noche a las ocho a la salida del pueblo. Iremos a la explanada que hay al lado del cementerio y ahí pondremos las tiendas.

Los chicos se despidieron y después de rogar a sus padres que los dejasen, que era una apuesta y que no les iba a pasar nada, consiguieron su permiso. Pedro ni se molestó; con lo bien que se estaba en casa viendo la tele.

Estaban contentos aunque un poco nerviosos, ir de acampada solos y cerca del cementerio era una idea brillante que solo se le podía ocurrir al loco de Ismael. Los demás no estaban  muy de acuerdo pero se callaron para que no les tachasen de cobardes. Cuando  se estaban acercando a la explanada observaron que había un grupo muy numeroso alrededor de un fuego celebrando Halloween.

—Oye, vaya juerga que tienen montada, esos sí que llevan buenos disfraces —exclamó Javier sorprendido ante el realismo de los trajes.

—Mira, vamos a ponernos en el otro lado. No me gusta estar cerca de un grupo tan grande, dentro de un rato estarán todos borrachos —dijo Ismael.

Se colocaron al otro lado del cementerio, detrás de unos cipreses, para ver lo que ocurría en el grupo.

Los muchachos se estaban preparando para comerse los bocadillos que les habían preparado en su casa cuando escucharon un grito. Un chillido agudo  les heló la sangre.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó Javier—. Se me han puesto los pelos de punta.

 Se quedaron quietos; el corazón les latía tan fuerte que casi oían sus palpitaciones. Parecía que  ellos  no eran tan valientes como pensaban. Se agacharon y se quedaron muy quietos. De vez en cuando veían que la mujer que estaba disfrazada de bruja echaba unos polvos a la hoguera y el fuego chisporroteaba más fuerte produciendo  llamaradas que subían hacia el cielo y llenaban los alrededores de olor a azufre.

 Espantosa  estaba haciendo un  conjuro en voz alta.  Los monstruos ya habían decidido lo que hacer para que la maldición de Terrorífica terminase esa noche. Cuando se dieron cuenta de que estaban cerca del cementerio pensaron pedir  ayuda a los difuntos que estaban allí enterrados.

—Por los poderes del infierno, os convoco para que reunáis todas vuestras fuerzas, levantéis las lápidas, salgáis de vuestras tumbas y nos acompañéis  esta noche. Sembraremos el miedo y el terror por el pueblo y nunca más se tomarán a broma esta noche tan importante para todos nosotros —gritaba enfurecida Espantosa, mientras todas las brujas la acompañaban  bailando alrededor del fuego.

Los chicos empezaron a temblar.

—Ismael, yo, yo creo que, que, que estos no están de de broma. Me parece que son de verdad —susurró Carlos  en voz baja y con la garganta tan seca que no le salían las palabras.

—Schssss, si estos son monstruos de verdad estamos en peligro, pero que muy en peligro —aseveró Tomás.

—¡Callad! ¿Queréis que se den cuenta de que estamos aquí? —ordenó Ismael, dándose cuenta de que lo que había empezado en broma iba muy en serio.

Volvieron a mirar al círculo y cada vez había más monstruos bailando alrededor del fuego. Las momias, los vampiros y todos los demás.  Por encima de sus cabezas, formando remolinos, otras brujas  se habían montado en sus escobas acompañadas por una gran cantidad de murciélagos. Era un espectáculo espeluznante.

Los cinco chicos tenían la cabeza tapada con las sudaderas, no querían mirar lo que ocurría; bastante tenían con escuchar el conjuro y oler a azufre.

—Por los poderes del infierno, os convoco para que reunáis todas vuestras fuerzas, levantéis las lápidas, salgáis de vuestras tumbas y nos acompañéis  esta noche. Sembraremos el miedo y el terror por el pueblo y nunca más se tomarán a broma esta noche tan importante para todos nosotros —volvía a repetir una y otra vez.

De repente, cuando los chicos creían que no podrían soportar más  el miedo que les producía aquella situación, la cosa empezó a empeorar. Se empezaron a oír penetrantes chirridos, unos cercanos y otros más alejados que les producían escalofríos. Eran los sonidos producidos por las lápidas que  empezaron a deslizarse sobre las tumbas hasta que quedó un espacio suficiente para que salieran  los muertos que estaban allí enterrados.  Era niebla con forma humana  y  se les notaba que disfrutaban flotando en el aire. Algunos llevaban poco tiempo enterrados y todavía no se habían deshecho del todo, así que iban caminando.

Cuando Espantosa  vio que el grupo de muertos estaba fuera de sus tumbas dio un grito terrible:

—¡A Castillejo del Valle! No hay que dejar a nadie indiferente ni  a hombres  ni a mujeres ni a  niños. Nunca deben olvidar esta noche. Se quedarán helados al vernos y el frio que sentirán se les quedará en sus huesos para siempre.

Los chicos,  cuando los vieron  avanzar, se desmayaron.

Toda la comitiva salió en dirección al pueblo, algunos de los difuntos visitaron a sus familiares y uno de los vecinos, del susto,  murió de un ataque al corazón. A los pocos minutos este otro muerto se unió al grupo.

Se introdujeron en las fiestas, calles y lugares de reunión y la gente corría aterrorizada perseguida por ese repugnante ejército. Ni dentro de sus casas se encontraban a salvo.

Empezó a amanecer y la noche de difuntos estaba llegando a su fin, los habitantes del castillo volvieron a su hogar y los muertos se introdujeron en las tumbas de nuevo.

Los chicos nunca supieron lo que pasó esa noche en el pueblo porque nadie les habló  de ello.

A partir de entonces, desde   un  montículo cercano, un castillo muy negro  con torres muy altas y  ventanas  estrechas  parecía que vigilaba al pueblo de Castillejo del Valle: la maldición de Terrorífica había terminado.

 

Dibujo de Guille Martínez Ortiz 
 

 

 

 

 

 







jueves, 23 de octubre de 2014

El castillo encantado. Primaria y adultos con alma de niños.

Se acercaba la noche de Los difuntos  y todo el mundo se  preparaba para recibirla.

 En el castillo de la bruja Terrorífica también estaban ansiosos por que llegase esa noche. Sus moradores tenían un motivo muy   especial. Este castillo solo existía durante  la noche del treinta y uno de octubre en la que se celebraba LaNoche de los Difuntos; el resto del año desaparecía a los ojos de las personas y hasta el siguiente año no volvía a existir. La gran bruja había hechizado a sus habitantes,  decía que  no servían para nada  y que  ya no asustaban a los niños.

Cuando llegaron las doce  y un minuto de la noche, una niebla muy espesa se formó encima de un pequeño montículo y no  se deshizo hasta que todo el castillo resucitó de nuevo.
Lo primero que apareció en el centro del monte fue edificio muy negro  con torres muy altas y  ventanas  estrechas. Una pequeña luz se adivinaba dentro. De las torres salieron volando infinidad de murciélagos. Las telas de araña tejidas minuciosamente por arañas gigantes, parecían cortinajes de tul negro  en donde se columpiaban los esqueletos.

 De repente, dos armaduras huecas sin cabeza  bajaron  el puente levadizo  y un gran ruido de cadenas resonó en todo el valle, luego se abrió la puerta  del castillo con un gran chirrido de goznes.
-¡Ayyyyy!, gritó Terrorífica-, que estaba asomada en lo alto de una torre -. ¡Nunca os acordáis de engrasarlos de un año para otro! ¡Sois unos inútiles!

 Cuando se hizo el silencio de nuevo, la puerta empezó a vomitar un  gran ejército formado por  engendros y seres repugnantes que hubiesen aterrorizado al más valiente de vosotros.

Los fantasmas  salieron en primer lugar  arrastrando sus cadenas, después les siguió un gran grupo de asquerosos zombis llenos de heridas sangrantes, ogros, vampiros, momias, decapitados, demonios y asesinos.

Los esqueletos dejaron de columpiarse y siguieron a la comitiva  y, por último, decenas de brujas montadas en sus escobas salieron volando desde las almenas llenando el oscuro cielo. Cerrando la comitiva salió Frankestein.

Cuando todo el mundo estaba fuera se oyó la voz atronadora de la gran bruja que les gritó:
-¡Ya sabéis estúpidos e  infectos seres!  conque uno solo de vosotros asuste a alguien  os quitaría la maldición y volveríais a vivir, sin desaparecer, como hacíamos antes pero, estoy segura  de que sois tan inútiles y necios que tampoco lo conseguiréis este año.

Ellos al escuchar eso se animaron unos a otros:
-De hoy no pasa, estoy seguro  de que alguien se asustará cuando nos vean llegar. Cuando os miro a todos, tan feos, me da miedo hasta a mí-, le dijo un vampiro a otro.
Empezaron a caminar hasta llegar al pueblo más cercano llamado Castillejo del Valle. Desde lejos ya se oía el bullicio, la música  y se veían las luces y los adornos que tenían puestos en las puertas de las casas.

En todos los jardines había grandes calabazas con velas encendidas dentro y la gente iba disfrazada como ellos; si se descuidaban no iban a saber quiénes eran los monstruos de verdad y quienes los disfrazados.
-Por favor, no os separéis-, ordenó uno de los fantasmas. No tenemos que perdernos.
Siguieron avanzando hasta que observaron a un grupo de niños que llevaba bolsos llenos de caramelos y golosinas.
 Ellos sí que iban disfrazados aunque casi parecían brujas y vampiros de verdad. Llamaban a las puertas y decían.
- ¿Truco o trato?
Entonces los señores de la casa, que eran bastante mayores, les contestaron:
-Trato-, y les sacaron montones de golosinas.

Esperaron a que se marchasen los niños con la ilusión de que pudieran asustarlos y al ser mayores les diera un patatús  y se muriesen del susto. Eligieron al más feo. Llamaron al timbre y esperaron.

-¡UUHHH!-, gritó un asqueroso zombi.
La señora se sobresaltó un poquito pero, enseguida llamó a su marido.
-¡Juan!, ven enseguida, mira, estos sí que van bien disfrazados-, dijo a voces a su marido que estaba en otra habitación.
El hombre salió enseguida y al verlos, sonriendo, les dio la mano.
-Enhorabuena, si hubiese un concurso de disfraces, os llevaríais el premio. Dales caramelos, mujer, que se lo merecen.

Los habitantes del castillo se alejaron desanimados. Siguieron caminando de un lado a otro.
-¡UUUGGG! ¡AAAGGGG! Gritaban como locos y todos los recibían con sonrisas y felicitaciones por lo bien que iban.

Cuando la brujas pasaron volando en las escobas por encima de las cabezas de los que estaban de fiesta gritando-¡Jijijiji! -, todos se quedaron mirándolas embobados.
-Mamá, yo quiero que me compres una escoba como esas. El año que viene me disfrazaré de bruja.
-Bueno, hija, veremos lo que cuestan. Deben ser muy caras.

Nuestros amigos, los monstruos, estaban cansados de tanto caminar, solo una vez, una niña dio un respingo cuando vio a Frankestein, pero solo un respingo.
-¿Tú crees que eso ha sido un susto?-, le preguntó Franki a un fantasma que estaba a su lado.
El fantasma le miro con sorna y le dijo:
- Vamos anda, eso no ha sido un susto, si acaso un suspiro.

Empezaba a amanecer, si no aligeraban llegarían de día y se quedarían fuera del castillo. Nuestros amigos apretaron el paso hasta donde se encontraba su hogar. Iban desilusionados sabiendo que habían fracasado de nuevo. Fueron entrando en el castillo hasta que se cerraron las puertas y se levantó el puente levadizo.

-Bueno chicos, por vuestras caras veo que este año tampoco ha habido suerte ¿verdad?-, preguntó la gran bruja.
Al escucharla, un vampiro muy elegante se dirigió a Terrorífica y le dijo:

-Te lo repito todos los años, desde que a la noche de los difuntos le llaman Halloween los niños no tienen miedo a nada.
Se fueron retirando a sus habitaciones mientras una espesa niebla,  de nuevo, fue cubriendo el castillo hasta que desapareció. Tendrían que esperar otro año a ver si había más suerte.


Como pasa el tiempo. Otra vez tenemos aquí la fiesta de Halloween y otra vez he escrito un cuento que espero que os guste.

Todas las ilustraciones y fotografías las he tomado prestadas de internet. aquí está la página.


jueves, 5 de junio de 2014

lunes, 5 de mayo de 2014

Las aventuras de Pablo. Para todas las edades.

 
Pablo con su hermano y su primo jugando al fút
 
 


     En este cuento he puesto, con mucho cariño, algunas anecdotas de la vida de mi nieto Pablo.Yo he ido escribiendo, en forma de cuentos, las cosas que me han hecho gracia de él  y de su hermano. Lo mismo que iba recogiendo los dibujos que Guille ha hecho durante mucho tiempo y que guardo como un tesoro en una carpeta.Aquí esta el resultado,espero que os guste.
 

 -¡Pablo ha nacido!– dice la tía Paloma muy contenta-, venga, vamos todos a verlo.
Guille está muy nervioso, va a conocer a su hermano y piensa que ya no se separará más de él. Al entrar en la habitación del hospital, ve a su mamá que le llama:
-Ven Guille, mira, tu hermanito quiere conocerte.
 Guille se sube a la cama con ella y, entre los dos, sujetan en brazos a Pablo.

Le parece muy pequeño, pero es muy guapo y está muy gordito. Desde ese momento, Guille, todos los días por la mañana, se asoma a su cuna y le da un beso antes de
irse al cole.
-Está creciendo mucho-, dice a su madre con una sonrisa antes de despedirse. Efectivamente, es verdad, Pablo está muy grande porque no hace más que comer y dormir.


      Desde los tres o cuatro meses, su mamá y Mayra, su cuidadora, le llevan todos los días al trabajo y pronto se acostumbra a los sonidos de la oficina; cuando oye el ruido de las fotocopiadoras, se pone nervioso y empieza a patalear al ver salir los folios disparados de la máquina. Le dejan que ponga el dedo en el botón y cuando lo pulsa y ve salir los papeles le da mucha risa: Pablo hace fotocopias con solo tres meses.

       Enseguida, ha dejado de ser un bebé y, en la silleta, totalmente derecho, observa todo con mucha atención mientras Mayra le pasea. Es muy curioso, por eso aprende muy deprisa: con dos años sabe hablar muy bien. Le gusta chasquear la lengua y hace un ruido que parece el vuelo de un helicóptero. Los que intentan imitarlo, en seguida se dan por vencidos; les salen otros sonidos, pero no se parecen al suyo. A él, cuando les escucha, le da mucha risa.
Le gusta mucho dormirse mientras su papá le  canta la canción de los cochinitos y también que le pasee en el trasportín de su bici.

     Ya tiene tres años; es hora de ir al colegio con su hermano pero va muy contento porque sabe que Guille está en una clase muy cerquita de la suya. Por la mañana, antes de entrar, siempre se para en la puerta y le pide un beso; entonces, los dos se dan un abrazo muy fuerte como si se fueran a ir de viaje. Solo así, se queda contento.

     Pablo veranea con su familia cerca del mar y allí tiene muchos amigos y sus primos Fer y Claudia. A veces va a visitarle su primo Quique; juegan mucho con él aunque es más pequeño. Cuando terminan las vacaciones no quiere volver al colegio. Su abuela es profesora, pero desde hace un año está jubilada. Él sabe que ella también iba al cole:
-¿Cuándo empieza tu cole, abuela?
-Pablo, yo ya no voy a trabajar, me he
jubilado.



 

 
-Abuela, yo me quiero jubilar como tú para no ir al colegio. ¿Qué hay que hacer, para jubilarse? -le pregunta el niño con mucho interés.
La abuela le explica que antes de jubilarse hay que estudiar mucho y hacerse una persona preparada para tener un buen trabajo.
-¡Pero abuela, yo no me sé hacer persona! -La abuela se ríe con sus ocurrencias.
Su abuelo también está jubilado, pero Pablo siempre dice que su abuelo trabaja en el dominó.


      A Pablo no le gusta mucho dar besos, cuando llegan sus abuelos, para no tener que darles ninguno, busca unas excusas muy raras y se esconde donde pilla: detrás del sillón, debajo de la mesa de la cocina, en el lavadero o a veces, se queda tumbado en el sofá y se tapa con alguna manta.
-Hola Guille, ¿Estás solo?-, le preguntan sus abuelos guiñándole un ojo
-Pues sí, Pablo se ha ido.
-No estoy, soy invisible, soy un niño mágico, así que no me podéis ver -dice una vocecita que sale de algún rincón de la casa.
Los abuelos le siguen el juego y empiezan a buscarle por la cocina.
-¿Estás debajo de la mesa? A lo mejor está en un armario-, dice el abuelo.
-Creo que, esta vez, se ha ido de verdad de casa-, le responde la abuela.
Guille dice un poco fastidiado:
-Está en el sofá, tapado con una manta.
                 
  
-Nos vamos a sentar a descansar un poco-, comentan los abuelos guiñando un ojo a Guille y, con cuidado para no hacerle daño, se sientan encima de él. Entonces, Pablo empieza a chillar porque le han descubierto.
-Anda, pero si estás aquí, venga danos un beso que te hemos pillado, –le ruegan sus abuelos.
-A ver: Pito pito gorgorito ¿Dónde vas tú tan bonito? A la era verdadera Pin pan fuera:”pues hoy no toca beso” -, dice  Pablo con mucha cara dura. Por fin se decide  a darles uno, pero tan pequeño que casi no se nota.
-Venga, abuela que ya te lo he dado, cuéntame un cuento. A Pablo le gusta mucho que le cuenten cuentos.
- Bueno, vale, empiezo-, dice la abuela.
 -Erase una vez una ranita amarilla que vivía en una charca en medio de un bosque
-Abuela, las ranas son verdes. 
-Pablo, hay ranas de muchos colores
-¿Pero aquí, en este planeta?
-Sí, en este planeta,- le explica-,
¿Quieres verlas en internet?
-Sí, sí, vamos a verlas-, le contesta el niño muy contento.
Así se convence de que hay ranas naranjas, a rayas, amarillas y de muchos colores.

      Ha vuelto el verano otra vez y  Guille, Pablo y sus abuelos, han bajado a la piscina a refrescarse. Pablo ha echado a correr y se ha tirado sin saber nadar, sin manguitos ni flotador, en la parte más honda de la piscina de mayores. Varias personas se han dado cuenta de su imprudencia y le han sacado del agua inmediatamente. Sus abuelos casi se mueren del susto. Cuando ha salido de la piscina, Pablo, temblando, dice:
-¡Por poco me ahogo, como el año pasado!
Sus abuelos le han regañado y él, llorando, ha prometido que nunca lo va a hacer más. La verdad es que ha cumplido la promesa y  ya no se baña sin manguitos. Pero para aprender a nadar tiene que quitárselos de vez en cuando; el socorrista les ha dicho que los alterne con el chaleco salvavidas, así, un día se baña con él y al siguiente con los manguitos. Ha puesto mucho interés y, una mañana, cuando está en el agua dice:
-Mamá, quítame el chaleco, que ya floto.
Su madre duda un poco, pero al final le hace caso. ¡Por fin Pablo avanza en el agua como los peces! Ya lo ha conseguido: sabe nadar. El niño se ha inventado diferentes formas para tirarse al agua: estilo palito, rana, viejecito, cojito y bomba. El estilo rana es el que tiene más seguidores, pues va saltando como un batracio por el borde de la piscina croando sin parar hasta que se sumerge en la piscina; sus amigos le aplauden.

      Poco a poco se están terminando las vacaciones y su mamá llega con los libros que les ha comprado y con los uniformes y Guille y Pablo se ponen muy contentos. La época de los estudios está a punto de empezar.
     Son la ocho de la mañana y ha sonado el teléfono en casa de los abuelos:
-¿Mamá, puedo dejar a Pablo con vosotros? Está malito y hay que llevarlo al médico pero yo tengo que trabajar, ¿podéis hacerlo vosotros?
La abuela le dice que sí, que luego ellos lo acercarán a la doctora. Pablo llega casi sin fuerzas, no ha desayunado ni dormido. Viene llorando:
-¿Qué te pasa cielo? La doctora te mandará una medicina que te curará muy rápido-, le dice su abuela
El niño sigue llorando.
-Sí, pero ¿Y mi cumpleaños? es esta tarde.
¡Es verdad! Esa tarde tenían la fiesta del cumpleaños, Pablito no tiene consuelo. Sabe que hay muchos niños de su clase que esperan con ilusión la salida del colegio para ir a una sala de bolas donde lo iban a celebrar.
-Mira, Pablo, no te preocupes; a lo mejor para esta tarde ya estás bien. Vamos a ver lo que te dice el médico
Se ha tumbado en el sofá mientras llega la hora de ir a la pediatra. Le abrigan mucho porque hace frio. Él está muy pálido y algo mareado. Además le duele un poco la cabeza.
-A ver Pablo ¿qué te pasa? Le pregunta la pediatra.
-Pues, es que esta noche he gomitado y no podía dormir porque me dolía la cabeza.
La doctora le pone la mano en la frente y le dice:
-Tú tienes fiebre. Vamos a comprobarlo.Efectivamente,37’8.Tienes que estar en casa tranquilito.
Debe tomar mucho suero y hoy que esté a dieta. Solo alguna galleta o un poco de pan tostado. Que beba mucha agua.
-¿Y mi cumpleaños? ¿Puedo ir esta tarde a celebrarlo?
-Me temo que no, no vas a tener fuerzas, además debes reposar.
Pablo se calla pero no lo puede remediar, nada más oírla, empiezan a caerle unas lágrimas gordísimas que le mojan toda la chaqueta. Mientras sale, la abuela intenta convencerle.
-Te voy a contar lo que le pasó a tu tío José Miguel un día, cuando era un poco mayor que tú.-
Pablo se seca los ojos y escucha atentamente.
-Toda la clase se iba a esquiar a la nieve y él estaba muy contento. Tenía el equipaje preparado para salir por la mañana muy temprano. Él iba todos los días a natación, y esa tarde hizo lo mismo de siempre pero, se resbaló y se cayó al suelo rompiéndose el tobillo.
-¿Y no pudo ir de viaje, abuela?-, preguntó el niño con cara de pena.
-Pues no, le tuvimos que llevar al hospital y le pusieron una escayola. Estuvo un mes sin poder moverse.
-Sí, pero todos mis amigos me están esperando esta tarde -dijo Pablo volviéndose a acordar de su cumpleaños.
-No te preocupes, que tu mamá les va a avisar y lo celebraréis otro día.
-Abuela, ¿y el tío José Miguel pudo ir luego a la nieve?
-Pues sí, pero ese día se fueron todos sus compañeros menos él. Así es la vida Pablo, hay veces que las cosas no salen como queremos.
 Pablo parece que se convence pero, de repente, se vuelve hacia ella.
-Abuela, entonces ¿me vas a comprar cromos?-, le pregunta con voz lastimera.
-Hay que ver; como me lo pides así, es difícil decirte que no. Vale, luego te compraré dos sobres.
-No, cuatro –replica el niño.


      Pablo se ha ido haciendo mayor y es un niño muy responsable; le gustan mucho los animales: los gusanos de seda,  los perros, las tortugas moras, los agapornis. Lo que más le gusta del mundo es ir con sus papás, en verano, a alguna casa rural para ver los  animales que suelen tener allí: ovejas, cabritillos, gallinas, vacas y caballos. Luego van a visitar los parques naturales que hay cerca y así disfruta mucho. Un día sus abuelos le quieren dar una sorpresa y se lo llevan a Valencia para ver el Oceanografic y el Bioparc con su hermano Guille. ¡Allí sí que van a disfrutar! No ha montado nunca en tren, así que para él la aventura va a ser doble. Van a estar dos noches fuera y dormirán en casa de su tía Amalia y de sus primos Amalín e Inti. En la estación tienen que pasar las maletas por el escáner y eso le hace mucha gracia. Después, cuando se sube al tren, lo observa todo atentamente.
-Mira auriculares, pónmelos abuelo. ¿Dónde
está la campana del tren? –pregunta Pablo
buscándola.

-Pablo, estos trenes no llevan campana,
 esos son los de la feria –le explican.
Guille ya ha ido a Madrid, una vez, en tren, pero Pablo solo ha montado en los de juguete, por eso piensa que todos, aunque sean de verdad, llevan campana. Nada más arrancar, Pablo empieza a preguntar:
-¿En coche ya habríamos llegado?, ¿cuánto queda?
-Sí sigues así, no te vas a venir más con nosotros –le advierten los abuelos.
Poco a poco, casi sin darse cuenta, llegan a Valencia en donde les está esperando su tía. La estación es muy bonita y tiene unas cristaleras con muchas frutas que le gustan mucho. Esa tarde después de comer van al Oceanografic. Le fascina el túnel de cristal en donde ve pasar por encima de su cabeza montones de tiburones con sus peces piloto pegados a sus colas, mantas, peces luna, meros. Las mantas tienen unas caras muy graciosas cuando se pegan al cristal.
-Mirad, esa tiene cara de fantasma y esa otra de payaso-, comentan los niños muy nerviosos.
Quieren verlo todo y no paran de moverse de un lado a otro: morsas, pingüinos y ballenas Beluga. Después, van a ver el espectáculo de los delfines. Al entrar, se sientan en las gradas y uno de los adiestradores ha llamado a Guille para preguntarle si quiere tocar los delfines; él ha dicho que sí muy contento, y ha salido rápido para probarse unas botas de goma que le han dado para no mojarse los pies pero… Pablo…, el pobre, quiere también ir con Guille, sin embargo le han dicho que no hay botas de goma de su número  y no debe arriesgarse a mojarse los zapatos: se puede resbalar y caer al agua.
-Yo también quiero tocarlos –dice llorando.
Un entrenador, al verlo tan apenado, se ha acercado a él y se lo ha llevado para hacerle un regalo. Ha vuelto muy contento con una camiseta negra muy chula que le han hecho especialmente para él. Se la ha puesto y se le ha pasado el disgusto. Empieza el espectáculo y los delfines saltan y hacen muchos juegos con los adiestradores. Los niños los acarician. Guillermo también le ha dado un beso a uno de ellos.
-¿Cómo es el tacto del delfín? le preguntan los abuelos y Pablo.
-Es como si tocaras un globo mojado, pero muy suave.


Es la hora de regresar a casa de su tía; cogen un taxi, y después de jugar con sus primos se acuestan rendidos. Al día siguiente tienen muchas más cosas que ver.

     Hoy toca ir al Bioparc. Como es sábado puede ir su primo Inti con ellos. Este parque es un zoológico que está situado en la cabecera del rio, es muy bonito. Tienen que cruzar un puente muy alto para poder entrar; como Pablo se acerca demasiado a la barandilla, la abuela le pide que le de la mano, pero él niño no le hace caso, así que ella busca una excusa:
-¡Ay! Cuánto vértigo me da, ¿me podéis dar la mano? Enseguida Pablo se acerca muy protector y se agarra de la mano de su abuela.
-A mí no me da vértigo. ¿Qué es el vértigo abuela? Ella se lo explica y de esa manera consigue llevarlo sujeto hasta que pasan el puente.
Inti hace de cicerone:
-Vamos primero a ver Madagascar.
Empiezan visitando la zona dedicada a la isla de Madagascar y lo que más les gusta son los lémures y la fossa. Es la primera vez que ven una fossa. Parece una leona pequeña pero muy musculosa.
También hay leones gorilas, hipopótamos, jirafas, serpientes, búfalos y un montón de animales más. Lo que más les ha impresionado han sido los elefantes cuando se echan barro con la trompa por encima.
Los abuelos dicen que es el parque más bonito que han visto y eso que han estado en muchos.

     Cuando llegan a Murcia tienen un montón de cosas que contar a sus padres.
Pablo es un chico muy despierto; su abuelo le dice:
-Pablo, eres muy listo-, y él contesta:
-No abuelo, es que me fijo mucho.

      La otra tarde le preguntó a su abuela:
-Abuela, ¿los percebes son caros?
-Pues sí son caros porque son difíciles de pescar-, le contesta
-Se pescan donde hay muchas rocas ¿verdad?
-Sí y además normalmente se agarran en las zonas en donde las olas baten más fuerte.
-En mi playa en Campoamor hay muchos, y este verano yo voy a vender percebes.
-Me extraña que en Campoamor haya percebes-
le responde sorprendida.
-Abuela, ¿cómo se cogen los percebes?-, continúa.
-Pues con un cuchillo para poder despegarlos bien de las rocas-, le explica.
-Y ¿con tijeras no se puede?-, sigue preguntando.
-Yo creo que no, porque las romperías-, le aclara.
-Pues yo este verano voy a vender percebes y pescadillas. En mi playa hay muchas, yo las he visto.
-Sí, pero tienes que pedir un permiso en el ayuntamiento para que te dejen vender.
-Y para vender en la calle ¿también?
-Sí,- le contesta.
-Sabes lo que te digo, que a lo mejor mi madre no me deja vender pescadillas, porque el año pasado me metí donde va mi hermano Guillermo y mi primo Fernando a bucear y casi me ahogo. Tuvo que entrar ella a por mí porque no llegaba a la orilla.

     Pablo no sabe lo que será de mayor pero lo que sí sabe es manejar las matemáticas como nadie; le gusta también leer, montar en monopatín, en bicicleta y, sobre todo “EL JAMÓN DE JABUBO”, como decía cuando era pequeño. 

 También se divierte mucho cuando duerme en casa de su primo Quique.

     Hoy está muy contento porque, por primera vez, va a recibir la primera comunión. Ha estado dos años preparándose porque es algo muy importante: va a estar con Jesús cada vez que comulgue. Pablo es un niño muy bueno, así que todas las personas que están aquí, acompañándole en este día tan importante, saben que Jesús estará, siempre, muy contento con él.

     Fin

 

Autora: Conchita García de las Bayonas.
Ilustración: Guillermo Martínez Ortiz y
Pablo Martínez Ortiz.