Mensaje de bienvenida

¡Y sin embargo algunas personas dicen que se aburren!¡ Démosles libros!¡Démosles fábulas que los estimulen!¡Démosles cuentos de hadas! Jostein Gaarder

viernes, 7 de diciembre de 2012

Ocurrió en Navidad. 2º, 3er ciclo y Secundaria.


http://ampaceipmerida14.blogspot.com.es/2010/12/nacimientos-navidenos-en-merida.html

 Ocurrió en Navidad

Leonor se había matriculado ese año en el Instituto de Bellas Artes; quería conseguir la titulación de maestra de Artes plásticas, pero, para eso, debía trabajar duro. Había mucha competencia y no se podía permitir el lujo de suspender ninguna asignatura, en su casa  no tenían  ni para comer. Sus padres se habían sacrificado mucho para que ella pudiese cumplir su sueño y no pensaba defraudarlos.

 Siempre se ingeniaba la forma de sacar algunos dinerillos para ayudar en su manutención. Ahora se acercaba la Navidad y pensó que en el taller de la escuela podría hacer  algunas figuritas de belén para luego venderlas en los puestos de la Plaza Mayor. Estuvo dándole vueltas a esa idea durante unos días hasta que se decidió y fue a ver al director  para pedirle permiso:

—¿Puedo pasar, don Jacinto? —dijo un poco nerviosa, mientras empujaba la  pesada puerta de madera del despacho.

 Le temblaba un poco la voz, era la primera vez que hablaba con él. El director, un poco sorprendido por la interrupción, levantó la cara del papel que estaba leyendo. Normalmente, los chicos no iban a visitarle, más bien le rehuían.

—Pasa, pasa,  debes  de ser nueva, no me suena tu cara.

—Sí, he empezado este año.

 —Bien, ¿que deseas?, ¿tienes algún problema? —dijo (con una voz que a Leonor le pareció  muy cordial), mientras le hacía un gesto con la mano invitándola a que se sentase. Leonor acercó una de las  viejas sillas de terciopelo que tenía detrás y  se sentó con mucho cuidado; parecía que se iba a romper en cualquier momento.

—Perdone mi atrevimiento, pero quiero pedirle permiso para usar el  taller de cerámica. Me gustaría hacer unas cuantas figuras para el belén.

—Pues…, no sé si eso será apropiado —contestó perplejo; no se hubiese imaginado que venía a verle por ese motivo—. A lo mejor alguno de los profesores protesta. Si se estropea algo de lo que hay allí, no se podrán dar las clases. Lo comprendes ¿verdad?

—Don Jacinto, solo quiero hacer unas figuritas de belén, y luego cocerlas en el horno del taller. Si pudiera usarlo,  las vendería y así me  ayudaría en los gastos. Me cuesta muy caro estudiar en Madrid. Si mis padres viviesen aquí, sería distinto, pero somos de un pueblo cercano a Cuenca y no estamos muy sobrados de dinero.

El director se la quedó mirando muy pensativo, parecía  una chica muy responsable y le gustó su decisión y desenvoltura.

—Está bien, tienes mi permiso, pero con la condición de que lo dejes siempre limpio para la siguiente clase. Si tengo una sola queja de algún profesor, no podrás entrar más al taller.

Leonor no pudo ocultar su alegría y se acercó con ganas de abrazarlo. Solo la mesa que había entre los dos impidió que lo hiciese. Don  Jacinto se levantó y le acercó la mano.

—De acuerdo —contesto Leonor estrechándosela—, dejaré el taller tan limpio cómo me lo encuentre.

Salió muy contenta, había conseguido lo que quería. En el pasillo se tropezó con Enrique, un compañero de clase. Ella pensaba que Quique era el alumno más prometedor de todos los matriculados en su curso y él opinaba lo mismo de Leonor. Todavía no conocía a mucha gente ya que solo había transcurrido un trimestre, por eso, al verle quiso compartir con él  lo que acababa de conseguir.

—¡Qué alegría, Leonor!  Siempre pensé que eras la mejor. Verás cómo al final haces un trabajo estupendo.

         Estuvieron un rato comentando el tipo de figuras que iba a realizar y después se despidieron. Cuando Enrique se quedó solo recordó como Leonor el primer día, en la hora de modelado, cogió una pequeña pella de arcilla entre sus manos y sin ningún esfuerzo, solo con un ligero movimiento de sus dedos la transformó en un precioso pájaro. Tanto el profesor como el resto de sus compañeros quedaron asombrados ante su  destreza.

 Durante los días siguientes, Leo tuvo mucho trabajo entre los exámenes y la preparación de la arcilla para hacer las figuras. Decidió modelar  las  del nacimiento, solamente. De todas formas, eran  las  más importantes del belén  y como eran muy delicadas, requerían mucha maestría.  Llegó el día elegido y  estuvo toda la mañana trabajando en  ellas, esa mañana modeló ocho juegos completos: ocho ángeles, ocho vírgenes, ocho niños Jesús y el mismo número de san José,  mulas y  bueyes. Las dejó cociendo en el horno y cuando comprendió que ya estarían listas volvió a por ellas. La verdad es que habían quedado preciosas, faltaba pintarlas, pero eso podría hacerlo en casa. Las estaba empaquetando con mucha delicadeza, cuando entró don Luis, el profesor de modelado.

—¡Ah Leonor!, don Jacinto me ha dicho que eche una ojeada a tus trabajos.

—Mire, aquí tiene, todavía no he terminado de envolverlas —dijo la chica mientras le mostraba algunas de sus figuras.

Don Luís se quedó observándolas detenidamente. Realmente estaba sorprendido.

—Son fantásticas, creo que tienes muchas posibilidades de  ser  la elegida para representar al instituto  ante el Ayuntamiento. Como esta es tu primera Navidad con nosotros no estarás enterada de que todos los años enviamos los trabajos de tres alumnos de este centro y el alcalde elige entre ellos el Nacimiento que se colocará en el belén del Ayuntamiento. Te comunico que el ganador tiene una recompensa bastante sustanciosa y además una beca para el próximo curso.

—¡Caray! Menudo regalo navideño podría hacerle a  mis padres. Si se enterasen en el pueblo  de que me han dado un premio en un concurso de belenes sería una noticia estupenda. Allí nunca ocurre nada extraordinario.

—Cuando termines de pintarlas, déjame un Nacimiento completo para mandarlo; los enviaré  junto con los otros dos seleccionados—le explicó don Luís.

         Leonor  le dio las gracias y quedó con él en que al día siguiente le llevaría a la escuela un juego terminado. A la mañana siguiente, después de darle al profesor lo que le había pedido, preparó  bien colocados en cajas, siete más  para llevarlas a su amigo Paco, un paisano de su pueblo  que tenía un  puesto de la Plaza Mayor. Cuando entró en los soportales de la plaza, le inundó la alegría que allí se respiraba. Infinidad de chiquillos, con sus padres, paseaban por el centro buscando  con mucho alboroto todo lo necesario para celebrar las fiestas. Muchas de las personas que estaban por allí, llevaban en la cabeza diademas con cuernos de renos,  gorros de Papá Noel y algunos, los más atrevidos, pelucas doradas o plateadas. Había puestos con artículos de broma para el día de los Inocentes, en otros, adornos navideños, pero la mayoría de ellos ofrecían todo lo que pidiesen los  padres  más exigentes  para realizar un belén que, como es natural, sería el más bonito de todos. Los abetos y el musgo colocados en medio de la plaza le trajeron el olor de la sierra y le recordaron su ciudad encantada. Dio una vuelta por delante de los puestos hasta que encontró a su amigo. Leonor lo abrazó con alegría, en aquellos días ver una cara familiar  después de un trimestres desconectada del pueblo le pareció lo más reconfortante que le había ocurrido desde que llegó a Madrid.

Después de los primeros saludos, Leonor le comentó a Paco para qué estaba allí y le   enseñó  los Nacimientos que había hecho; Paco se quedó maravillado.

—¡Eh, Marcelo! Ven a ver qué cosa más bonita —dijo  al vendedor del puesto de al lado que, también como él, vendía  figuritas de arcilla. Entre los dos llenaban los belenes de las casas de Madrid de lavanderas, alfareros, pescadores, soldados, casitas, puentes y castillos de Herodes…

Todos  los  que veían los Nacimientos de Leo estaban de acuerdo en que eran las figuras mejor hechas de toda la Plaza Mayor.

—Mira —dijo a la chica—, no sé que pagarte por ellas. Son tan buenas que si tuviéramos que venderlas  por lo que valen realmente, nadie las podría comprar.

Leonor ante la duda de su amigo le dijo una cifra:

¿Qué te parece  si las ponemos a diez euros cada una?, Son cuarenta y siete figuras, así que  serían en total 420 euros. Me das 210 a mí y otro tanto para ti.

Paco se quedó un momento pensativo, pero le parecieron bien las cuentas que había hecho su paisana:

—De acuerdo —dijo sacando los doscientos diez euros.

 Leonor se los guardó en el pantalón y se despidió con un apretón de manos.

—Si haces más figuras no te importe traérmelas, seguro que las vendo.

—Vale, no te preocupes, si hago alguna más vendré por aquí.

Leonor se fue muy contenta, tenía dinero para comprar regalos a sus padres y si además ganaba el premio, serían unas Navidades inolvidables.

Nada más despedirse de Paco se encontró con su compañero Quique  que también había ido a pasear por la Plaza Mayor.

—¡Qué casualidad Leonor!, ¿cómo llevas la venta de tus figuras? —le preguntó su amigo.

-Acabo de venderlas todas. Se las ha quedado un paisano de Cuenca que todos los años pone un puesto para Navidad; también trae  musgo de la sierra y lo vende muy bien. Oye, ¿sabes  lo que me ha dicho don Luis?, que le deje un juego completo para representar a la escuela. Cuando lo escuché, me quedé de piedra, imagínate, representar al instituto de Bellas Artes. ¡No me lo puedo creer!

—Seguro que te llevas el premio, eres la mejor con diferencia. ¿Quieres tomar un café?  —le preguntó Quique.

—Si no te importa, otro día. Llevo el dinero encima y quiero dejarlo pronto en casa.

Para ella doscientos euros era todo un capital. Quique se rio  y se despidieron hasta el día siguiente.  Al poco rato, Paco había vendido todos los Nacimientos que le había llevado Leonor.

A la mañana siguiente, estaban en clase de dibujo artístico cuando entró don  Luís con la cara desencajada; estuvo hablando bajito con el profesor que la impartía y cuando terminaron pidió a Leonor que lo acompañase al pasillo:

—¿Quieres salir?, tengo que decirte algo.

La chica se dio cuenta de que pasaba algo malo. No sabía lo que era, hasta  pensó que podía tratarse de sus padres.

—No sé cómo ha podido ocurrir, pero esta mañana, cuando he ido a embalar tus figuras para enviarlas al concurso, me las he encontrado rotas. Los libros que había en la leja se han volcado sobre ellas y las han destrozado. Es algo rarísimo, estaban muy bien sujetos. Yo mismo me aseguré ayer de que no se pudiesen mover —le explicó don Luís apesadumbrado—. No sé si vas a tener tiempo de volver a hacer otras.

—De hoy a mañana, ¡imposible! —le contestó.

Leonor creía que estaba viviendo una pesadilla, no podía pasarle esto, ahora que estaba tan ilusionada y con tantas esperanzas puestas en el concurso… De repente se le habían roto todas sus ilusiones pero se acordó de los belenes de Paco y  pensó que, a lo mejor, todavía podría solucionarse el problema.

—Llevé siete juegos iguales a Paco, un vendedor de la Plaza Mayor; es posible que  le quede alguno sin vender. ¿Me da permiso para salir de clase e ir a buscarle? —preguntó con ansiedad.

 A don  Luís no le gustaba mucho la idea de que saliese de la escuela en hora lectiva, pero ella le miraba suplicante; no podía dejarla con esa zozobra durante toda la mañana.

—Vale, pero vuelve pronto. Mira, mejor haces una cosa, si le queda alguno, directamente lo llevas a esta dirección, así ganamos tiempo.

Don Luís le escribió en un papel la calle en dónde se celebraba el concurso de belenes y Leonor echó a correr hacia la Plaza Mayor, quería ver a Paco cuanto antes y salir de dudas. Cuando llegó casi no podía hablar; tuvo que descansar durante unos segundos.

—Paco ¿te queda algún nacimiento de los que te traje ayer?—le preguntó con angustia.

—Nada más irte, un chico se los llevó todos. Dijo que este año quería regalar artesanía.

 A Leo fue como si le echasen un jarro de agua fría. Los ojos se le llenaron de lágrimas y le pidió una silla para sentarse.

—Pero niña, ¿qué te pasa? No creía que te iba a disgustar tanto que se vendiesen tus figuras, ¿no era eso lo que querías?

Leonor le contó a su paisano todo lo que había ocurrido y cómo con las figuras, se habían roto sus ilusiones de un día para otro; Paco le sonrió y le dijo:

—Venga vamos,  no te preocupes, aquí está tu amigo Paco para ayudarte; hoy es tu día de suerte. Yo tengo un juego completo, me gustó tanto tu trabajo que me quedé con uno para mi casa. Ahora mismo vamos a por él y lo llevamos al Ayuntamiento, ya me lo devolverás cuando pase el concurso.

Leonor no se lo podía creer, parecía que sus problemas se iban a solucionar, así que Paco dejó el puesto a cargo de un amigo y los dos se fueron a recoger el Nacimiento sin perder tiempo.  Antes de que terminaran las clases, Leonor estaba de vuelta con su belén entregado; Paco la había llevado en su coche y por eso tardó menos de lo que pensaba. Cuando llegó  al instituto, los chicos estaban en la hora de modelado con don  Luís.

—Cuenta  —exclamó el profesor con mucha inquietud. Leonor con la cara resplandeciente explicó todo lo sucedido. Todos los compañeros se levantaron para felicitarla. Sin embargo, don  Luís  observó una actitud muy extraña en uno de sus alumnos; aunque también le había dado la enhorabuena a Leonor,  al volverse a su mesa dio un puñetazo sobre la misma creyendo que nadie le observa. Esto le pareció bastante raro.

-        —¿Qué te pasa, no estás contento  de que a Leonor se le haya solucionado el problema?

—Sí, claro—, contestó de mala gana, pero no pudo dominar su enfado y en pocos segundos su cara enrojeció al ver que su plan había fracasado:

—¡Cómo es posible que se guardase un juego! Yo le dije que los quería todos. Él me aseguró que me los  había vendido a mí, le dije que  los necesitaba para hacer unos regalos exclamó indignado.

         En ese momento a Leonor se le cayó la venda de los ojos, a ella y a otros compañeros. Se habían dado cuenta de que no todos los que se dicen amigos, lo son realmente. Entonces otra de las alumnas se levantó y dijo enojada:

—Ahora caigo don Luís;  ayer vimos salir a  Quique de la clase en donde usted guardaba las figuras y cuando nos vio se puso rojo como un tomate.

—A ver Quique, ¿qué estabas haciendo ayer en mi clase sin mi permiso?

Quique se vio acorralado, se dio cuenta de tenía que haberse callado; había sido muy impulsivo  y por esta causa se iba a descubrir todo. Intentó serenarse para enmendar su error.

—Yo solo fui a ver  como le habían quedado las figuras a Leonor después de pintarlas y al cogerlas se me cayeron los libros sobre ellas sin querer. Pero me gustaron tanto que quise quedarme con todos los Nacimientos para regalárselos a mi familia.

— ¿Sabes lo qué te digo? Que  no me lo creo, las rompiste a propósito —le dijo indignada Leonor con los ojos llenos de lágrimas—, por eso estabas en la Plaza Mayor. Estabas espiándome para ver dónde las dejaba y así hacerlas desaparecer. Yo creía que eras mi amigo pero me has decepcionado.

—¿Qué has hecho con los otros Nacimientos? —le preguntó el profesor muy enojado, que hasta entonces había querido guardar la calma.

Quique avergonzado de que le hubiesen descubierto empezó a contarlo todo.

—Perdóneme,  don Luis,  pero cuando las vi tan bien hechas, me di cuenta de que las mías al lado de las suyas no tenían ninguna oportunidad. Pensé que el premio se lo iban a dar a ella, entonces decidí romperlas. Por eso,  como yo sabía que las iba a llevar a la Plaza Mayor estuve por allí paseando hasta que me hice el encontradizo. Cuando  se fue, me acerqué al puesto y compré todos los que el vendedor me dijo que tenía. Ya se había roto el juego que había en la escuela, yo tenía los demás, así que como solo quedaban dos días para la presentación, Leonor no tendría tiempo de hacer otro nuevo. En el camino me di cuenta de  que era  incapaz de romper las demás,  por eso, mientras me acercaba a mi casa tiré  todos los paquetes  menos uno, en diferentes  contenedores de basura. Ya en mi habitación, desenvolví con cuidado las figuras, ¡eran preciosas! Parecían de verdad. Leonor, no sé cómo se me ocurrió hacerte eso, me volví loco pero es que necesito la beca para el próximo curso, sino no voy a poder seguir estudiando.

         —Mira, no tienes excusa, siempre nos lo podías haber dicho a los profesores y te habríamos ayudado —le reprendió don Luís muy enfadado.

—Me las vas a devolver ahora mismo, no quiero que tengas nada mío —dijo Leonor sin parar de llorar, era el primer  gran desengaño que se había llevado en su vida.

—Tendrás una sanción. Vamos a ver al director inmediatamente —le dijo don  Luis sacándole de la clase.

 Cuando Quique abandonó la clase,  Leonor sintió  pena por él. ¡Qué mal lo estaría pasando en ese momento después de lo que había hecho!

Llegaba la Navidad y a los pocos días recibió una noticia que le compensó de los malos ratos que había vivido:  Leonor era la ganadora del concurso y todos sus profesores y compañeros se alegraron por ella. Su Nacimiento fue expuesto en el Ayuntamiento junto con figuras de otros eminentes escultores. Durante las visitas que hicieron los niños madrileños al belén  hubo algunos que se empeñaban en algo que parecía imposible:

—Papá ese nacimiento es como el nuestro. El que encontramos en la basura.

—Pero niña, como va a ser igual, si este debe ser de una gran escultora, no ves que lo han premiado, eso es imposible.

Julita siguió empeñada en la idea de que ella tenía uno como el que allí había, vamos era tan igual que estaba segura que lo había hecho la misma persona. Lo mismo ocurrió con Luisito, con Pilarín, con Guille y con don Norberto el basurero. Todos pensaron que en esas Navidades el Niño Jesús les había hecho un regalo maravilloso: un nacimiento tan bonito como el que estaba allí expuesto. Ese regalo les había hecho muy felices. 

 

 



 Os deseo una Feliz Navidad a todos los que os molestáis en leerme

 

 

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