Mensaje de bienvenida

¡Y sin embargo algunas personas dicen que se aburren!¡ Démosles libros!¡Démosles fábulas que los estimulen!¡Démosles cuentos de hadas! Jostein Gaarder

domingo, 18 de noviembre de 2012

Las lecciones de la vida. 2º y 3er.Ciclo y Secundaria



Dedicado a todas las personas que voluntariamente se juegan la vida para salvar  la de otras  que consideran más indefensas.



Era un día de verano. La familia de Juan había acudido a la playa con la esperanza de que el agua hiciese más soportable el sofocante calor y ya llevaban más de una hora instalados debajo de la sombrilla. La habían sujetado fuertemente porque en Tarifa, cuando el viento decía de soplar, lo hacía con  furia y los bañistas estaban acostumbrados a ver los quitasoles salir volando como si fueran cometas. Juan estaba haciendo un castillo con la arena de las dunas, cuando al levantar la cabeza se dio cuenta de que pasaba algo que no era normal. Sus padres miraban al horizonte señalando un punto a lo lejos:
-Parece una barca; está tan llena que no puede avanzar. Yo diría que es una patera –dijo el padre a la madre- Creo que tienen problemas. Si no saben nadar, aunque estén cerca de la orilla pueden ahogarse, no ha sido la primera vez que ha ocurrido eso.
-Es verdad, hay que ayudarles -en ese momento todos los que estaban por allí cerca echaron a correr hacia el agua.
-¿Qué pasa papá? ¿A dónde vas?
-Juan, quédate aquí con tu hermana. No os mováis, por favor, la gente de aquella barca parece que está en apuros.
La hermana mayor de Juanito lo tenía cogido de la mano y este miraba con cara de susto lo que ocurría a su alrededor sin perderse detalle. Solo habían pasado unos minutos, cuando llegaron dos ambulancias de la Cruz Roja y de ellas bajaron muchos chicos y chicas que se dirigieron corriendo hacia la orilla. Sacaron a algunos hombres y  mujeres y los  dejaron descansando en la playa. El viaje tan largo les había extenuado.
-Juanito, mira –dijo su hermana- esos chicos son voluntarios.
-¿Y eso qué es?
-Voluntarios son las personas que ayudan a otros desinteresadamente;  no cobran por su trabajo. Ahora están ayudando a los inmigrantes que acaban de llegar.
-¿Inmigrantes? ¿Qué son inmigrantes?
-A la gente que viene de otro país  y se queda a vivir aquí, se les llama inmigrantes.
- ¡Ah! –exclamó asombrado de todo lo que sabía su hermana. Juanito vio cómo un grupo de jóvenes llevaba mantas y agua y las repartían a todos los hombres y mujeres que habían bajado de la barca.
-¿Por qué les dan mantas? si hace mucho calor.
-Seguro que ellos tendrán el frío metido en los huesos; habrán estado dos o tres noches en alta mar y allí la temperatura es más baja.
Después vieron cómo dos enfermeros llevaban en una camilla a una mujer embarazada. En otra, transportaban una persona totalmente cubierta: llevaba la cabeza tapada. Clara se quedó callada, no sabía si decirle a su hermano, que ese hombre o mujer  ya no tenía frio, ni frío ni calor, sino que había muerto en el camino, buscando un mundo, que ellos creían mejor. Él era pequeño y pensó que era mejor que sus padres, cuando volviesen, le contasen lo que ellos creyeran oportuno. Estuvieron de pie durante mucho rato viendo pasar a los pobres hombres y mujeres tapados con las mantas y con botellas de agua en la mano; les acompañaban los voluntarios. Una enfermera llevaba de la mano un niño que era como un muñeco.
-Parece un bombón de chocolate,-dijo la hermana de Juan.
Tendría cinco o seis años y miraba todo su alrededor  con unos ojos enormes que  le resaltaban en la cara como si fueran dos faros. La enfermera lo soltó de la mano para ayudar a un compañero. En ese instante, Juan se separó de su hermana y  fue  corriendo hacia donde estaba el  pequeño.
¿Jugamos? –le preguntó. Al otro niño se le iluminó la cara cuando oyó a Juanito. No le entendía, pero sabía que le estaba diciendo algo bueno. Juan le cogió de la mano y ambos echaron a correr hacia donde estaba su sombrilla. Al recién llegado se le pasaron todos los males cuando vio el cubo y la pala de Juan. Los dos querían decirse miles  de cosas pero no podían, no hablaban el mismo idioma; entonces el niño de la patera se puso a dibujar en la arena; con el dedo fue trazando la silueta de un gran árbol, alto y de tronco muy grueso; al terminarlo lo señaló y dijo:
-Baobab, Baobab;  al lado trazó una línea larga que parecía un río, con muchos cocodrilos y, junto al río, un elefante con su cría bebiendo agua. Juanito se quedó maravillado al ver los dibujos de su amigo. Cuando terminó, le señaló a Juan hacia el otro lado del mar. Juan pensó que algún día visitaría ese país tan maravilloso con árboles tan fantásticos y animales salvajes; después se pusieron a jugar al escondite. La hermana de Juan, de repente, cayó en la cuenta de que la madre  del niño lo estaría buscando preocupada y, entonces,  le llamó:
-Juan, ¿no crees que  su  mamá  se va a asustar si no lo ve? Anda, vamos a llevarlo con su familia. Cuando llegaron donde estaba el grupo, la enfermera se enfadó con Juanito y la madre  del niño empezó a llorar mientras lo abrazaba desesperadamente, las dos creían que se había perdido. Los niños se despidieron del pequeño con pena y la enfermera metió al chiquillo negro con su madre en una ambulancia. Juan estaba arrepentido de lo que había hecho, pero él solo quería hacerse su amigo. Al poco rato volvieron sus padres muy tristes.
-Mamá, cuéntame qué ha pasado por favor, ¿qué es una patera?
La madre no podía hablar, tenía un nudo en la garganta;  entonces le respondió su padre:
 -Mira hijo, Tarifa es el punto más cercano que hay desde España al continente africano, por eso, estos hombres lo han elegido para traer su barca. Parece que son de Senegal, allí son muy pobres, y  piensan que al otro lado del mar está su salvación.
-Pero papá, es verdad, aquí  están salvados. Ya no les va a pasar nada malo, ¿no?
-Hijo, seguramente, los devolverán a su país, aquí no hay trabajo para todo el mundo que entra a buscarlo; lo más grave es que venía con ellos otra patera y durante la noche han perdido su rastro. Van a empezar a buscarla los helicópteros del ejército. Clara y Juanito miraron  la cara de su madre y, al verla preocupada, se echaron en sus brazos; estuvieron así los tres durante un buen rato. Verdaderamente los que vivían a este lado del mar eran afortunados. Cuando se tranquilizaron, Juanito se levantó y, sin decir nada, echó a correr hacia donde estaban todavía algunos voluntarios y miembros de La Cruz Roja.
-¿Dónde vas? Vuelve –le dijo su padre.
-Espera  un momento,  papá, que tengo que preguntar una cosa.
El niño se acercó al  voluntario que estaba más cerca de él; era una chica un poco  mayor que su hermana:
-¿Es muy difícil hacerse voluntario?-preguntó.
-No hijo, solo tienes que querer serlo - le contestó con una sonrisa.
-Pues entonces  de mayor seré voluntario -y, diciendo esto, regresó junto a su familia.
Los padres le miraron con satisfacción, Juan había reaccionado como un hombre ante la dura lección que había recibido aquel día y que no olvidaría nunca;  sin tener que estudiar, la había aprendido en el libro que más nos enseña: el libro de la vida.

El precioso dibujo es de mi nieto Guille.

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