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jueves, 1 de marzo de 2012

Las ardillas Lipa y Lipe; Educación infantil, 1er y 2º ciclo de primaria.




Las ardillas Lipa y Lipe

 

Lipa, la ardilla, vivía con sus padres y su hermano Lipe en una palmera muy alta en medio del    jardín de una urbanización cercana a un bosque de pinos. La familia se había mudado desde el bosque y había colocado su nido entre los dátiles maduros que producía la palmera. Les gustaba  este   lugar porque, desde arriba, se veía muy bien todo el paisaje; además, allí se encontraban más seguras, era muy difícil subir hasta donde estaban. Solo los mirlos, los gorriones y alguna paloma despistada se posaban de vez en cuando sobre sus ramas, Todos los días, Lipa descendía por el tronco seguida por su hermano; bajaban y subían durante largo rato persiguiéndose y haciendo un ruido con la boca parecido al que  producen las cajas chinas cuando se golpean con la baqueta; entonces, todos los niños que  se estaban divirtiendo con sus padres en el jardín, dejaban sus juegos y se paraban embobados para verlas. Otras veces les gustaba saltar de golpe desde la altura de su vivienda a las ramas de las tipuanas que tenían cerca. Entonces, todos los gorriones que estaban apoyados en ellas salían volando despavoridos al notar que había caído algo desde el cielo sin saber lo que era aquello que tanto les había asustado. Este juego les divertía mucho y, a veces, atravesaban todo el jardín saltando de árbol en árbol; a cada salto, un montón de alas y plumas salpicaban el aire como cuando una piedra cae a un estanque y una infinidad de gotitas de agua se dispersan por la fuerza del golpe. En el jardín había algunos pinos, pero tenían cada vez menos piñas, así que, las ardillas se habían acostumbrado a comer de todo lo que pillaban por allí: dátiles, trozos de bocadillo, resto de fruta y algunas nueces que les llevaban los niños.

Un día, en la urbanización recaló una familia de gatos. Nadie sabía cómo habían llegado hasta allí. Lipa había empezado a bajar y a subir como siempre hacía hasta que se dio de narices con el hocico de un minino rayado como los tigres. Se quedaron los dos quietos, observándose mutuamente hasta que, con un movimiento rápido, la ardilla subió por el tronco hacia su casa. El gato intentó trepar también por la palmera, pero enseguida se soltó; no pudo seguirla. A partir de entonces, la vida de las ardillas se hizo más difícil; también la de los pájaros, pues tanto las ardillas como los gorriones eran un alimento muy apetitoso para los nuevos vecinos.

La madre ardilla les advirtió del peligro:

—Hijos, ahora el jardín no es tan seguro como antes. No debéis bajar al césped bajo ningún pretexto. Los gatos están siempre pendientes de lo que pueden cazar para comer y nosotros estamos dentro de su dieta.

Cuando se les pasó el susto pensaron que si seguían moviéndose por encima de las copas de los árboles, no habría ningún riesgo. Los gatos no se atreverían a subir tan alto.

Lipa seguía cayendo de golpe sobre las ramas y seguía asustando a los pobres gorriones. Su madre no paraba de decirle que no lo hiciera, pero los jóvenes, a veces,  piensan que lo saben todo y no hacen caso de los consejos de los mayores.

Llegó la primavera y los pájaros empezaron a construir sus nidos. Había alguno en casi todos los árboles y la mamá de las ardillas las llamó un día para hablar con ellas:

—Tenéis que tener cuidado, los pajaritos pequeños son muy delicados y se pueden caer fácilmente. Si eso ocurre, no tendrán salvación, los gatos se los comerán.

Lipa y Lipe anduvieron con mucho cuidado de rama en rama, hasta que un día olvidaron la advertencia de la madre y empezaron a correr por encima de ellas. Los pájaros advirtiendo el peligro que corrían sus crías fueron a hablar con la mamá ardilla:

—Doña Ardilla, nosotros sabemos que es muy difícil educar a los hijos, pero  los suyos están poniendo en peligro la vida de los nuestros. Si siguen así tendrán que marcharse de este jardín.

Ustedes tienen el bosque de pinos en dónde pueden alimentarse de piñas, no necesitan vivir en una palmera.

Las ardillas se pusieron muy tristes y prometieron tener más cuidado desde ese momento. Se moverían despacito, hasta que los gorriones fueran mayores.

Un día, el nido que estaba colocado en la rama más baja de una tipuana fue encontrado tirado en el suelo. No quedaba ni un huevo sano; seguro que los gatos, al verlo, lo habían destrozado buscando pajaritos. La mamá gorrión enseguida pensó en que había sido Lipa porque era un poco atolondrada, para qué lo vamos a negar. Aunque ella aseguraba que ya no se movía como una loca por encima de los árboles, los gorriones no la creyeron. Todos decidieron que las ardillas se tendrían que marchar.

Lipa, llorando, suplicaba, pero ya era tarde, no le hicieron el menor caso.

—Tienen que marcharse por nuestra seguridad.

Ya tenían todo preparado para la mudanza y toda la familia estaba muy nerviosa pensando en la forma de atravesar la carretera que separaba el jardín del bosquecillo de pinos; allí los gatos les podrían jugar una mala pasada.

Desde el poste de la luz, doña Lechuza les observaba con un ojo cerrado y otro abierto. No sabía bien lo que ocurría, pero cuando vio a la familia preparar los hatillos con algo de comida para el corto viaje, levantó el vuelo desde donde estaba y se posó en una tipuana cerca de la palmera.

—¿A dónde vais? ¿No veis que es muy peligroso que os marchéis ahora? Hay gatos por todas partes.

La mamá ardilla le contó todo lo que había pasado y porqué tenían que mudarse.

—Lipa dice la verdad. Yo vi al gato subir  al árbol y tirar el nido. Es muy injusto que tengáis que marcharos porque no os crean. No tenéis que iros. Vamos a hablar con los gorriones.

Las ardillas se pusieron muy contentas  al ver que había alguien que creía a Lipa  y acompañaron a doña Lechuza, que  empezó a contar todo lo ocurrido a los pájaros:

—De modo que es verdad lo que dice Lipa, no tienen porqué marcharse. Además ese nido estaba mal colocado. Lo pusisteis demasiado bajo; eso no es culpa ni de Lipa ni del gato, solo vuestra.  Todos tenéis que ser más cuidadosos de ahora en adelante.

La madre gorrión se dio cuenta de que doña Lechuza tenía razón, ella también había sido responsable por esforzarse poco en la colocación del nido.

Después de escucharla, los que estaban allí reunidos comprendieron que tendrían que vigilar sus actuaciones un poco más por su seguridad: los gorriones prometieron colocar los nidos más altos, las ardillas andar suavemente por las ramas y  doña Lechuza  montaría vigilancia por las noches para que todos los animales pudiesen dormir tranquilos. Todos juntos cuidarían unos de los otros para librarse de los hambrientos gatos.

Esa noche, doña Lechuza vio salir de una casa una niña con un plato lleno de restos de pescado. Lo colocó   en un rincón del jardín y se volvió a meter en casa. Inmediatamente empezaron a aparecer mininos por todos lados. Ahora sí que estaba tranquila, los gatos también tendrían su comida.




2 comentarios:

Elizabeth Segoviano dijo...

definitivamente un cuento encantador y aleccionador Conchita :) y me encanta la narrativa que usas :) excelente!!!!

Conchita dijo...

Agradezco a la persona que ha colgado estas preciosas fotos en internet. Gracias a ella he alegrado mi cuento.

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