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¡Y sin embargo algunas personas dicen que se aburren!¡ Démosles libros!¡Démosles fábulas que los estimulen!¡Démosles cuentos de hadas! Jostein Gaarder

jueves, 13 de octubre de 2011

Guille y Pablo; Pablo ya llega al lavabo. Infantil, 1er. y 2º ciclo.




Pablo ya llega al lavabo

 Todos los días, cuando Pablo tiene que lavarse la cara y las manos, necesita que su mamá le aúpe,  todavía es pequeño. Él solito no llega, se pone de puntillas y se asoma a ese plato  blanco y gigante que tiene encima de la cabeza. Lo mira con resignación e intenta abrir el grifo, pero nada, es imposible, no llega.

—Mamá, ayúdame, no puedo lavarme.

Su mamá viene rápido, lo toma en brazos, cierra la tapa del retrete y lo sube allí porque desde esa altura lo tiene más fácil: así sí que puede lavarse cómodamente.

Su abuela ha visto el trabajo que le cuesta a su nieto lavarse las manos:

—Pablo, voy a comprar un taburete, lo voy a colocar debajo del lavabo y cuando tengas que abrir el grifo no tienes más que sacarlo y subirte en él. Ya verás cómo así vas a poder hacerlo tú solito.

—Abuela, ¿Qué es un tamburete? —pregunta curioso.

—­Taburete, Pablo  —le rectifica.

Desde que le trajeron el taburete, él ya no necesita llamar a su mamá. Cuando tiene que lavarse o coger agua, lo saca de debajo del lavabo, se sube en él con mucho cuidado y llega perfectamente al grifo. Un día se llevó un buen susto porque al abrirlo, salió mucha agua de golpe y se mojó entero.

  Al pequeño  le gusta mucho jugar  mientras se lava hace mucha espuma porque se pone mucho jabón en las manos y se le pasan las horas  muertas debajo del grifo.

—Ciérralo, que hay que cuidar mucho el agua  —le dice Guille.

Para Pablo, el lavabo es el mar. Lo llena de agua y pone todos los barquitos de plástico que le han regalado para su cumpleaños. Entonces, piensa que es el capitán pirata Pata de  Calamar que va en el barco más  grande en donde lleva prisionero a un marinero, allí tienen lugar grandes batallas.

Otras veces coge los animales de  su hermano y también juega con ellos: un cachalote, una orca y un delfín. Se imagina montado en este último recorriendo los mares detrás de una ballena muy juguetona que se esconde entre los arrecifes. Se pone empapado y mancha todo el suelo. Luego se seca las manos y coloca la toalla en el toallero, pero como la pone mal, siempre acaba en el suelo. Guille  le mira y se sonríe porque le hacen mucha gracia  sus ocurrencias.

—¡No sé qué voy a hacer contigo, siempre te estás mojando! –le dice su madre  bajándole del taburete

Su madre ha guardado el taburete y el niño no puede subirse para jugar él solo. Pablo está un poco triste, echa de menos las batallas marítimas.

Un día al venir del colegio, su mamá le dice:

—Pablo, si quieres merendar, corre y lávate las manos.

Como tiene mucha hambre, el niño ha ido corriendo, se ha puesto un poquito de puntillas,  pero ha llegado al lavabo y ha podido abrir el grifo perfectamente sin ninguna ayuda. Cuando se ha dado cuenta, Pablo ha salido corriendo muy contento:

—¡Mamá, abuela, ya llego al lavabo! He crecido mucho y no he tenido que subirme a ningún sitio. Además hago pipí de pie, como mi hermano y ya no mancho la tabla del váter.

Las dos lo miran muy satisfechas. Su mamá le dice:

—Ves Pablo, como bebes mucha leche y comes mucha fruta, te estás haciendo muy mayor.

Pablo se la queda mirando y se ríe en silencio. Ahora podrá volver a jugar con los barquitos como hacía antes sin necesidad de subirse a ningún lado.

Coge el bocadillo que le  han preparado y se lo come de un tirón; todavía tiene que crecer más si quiere llegar él solo a la estantería de los cuentos, como su hermano Guillermo.

   Todos los días, cuando Pablo tiene que lavarse la cara y las manos, necesita que su mamá le aúpe,  todavía es pequeño. Él solito no llega, se pone de puntillas y se asoma

 a ese plato  blanco y gigante que tiene encima de la cabeza. Lo mira con resignación e

 intenta abrir el grifo, pero nada, es imposible, no llega.

—Mamá, ayúdame, no puedo lavarme.

Su mamá viene rápido, lo toma en brazos, cierra la tapa del retrete y lo sube allí porque desde esa altura lo tiene más fácil: así sí que puede lavarse cómodamente.

Su abuela ha visto el trabajo que le cuesta a su nieto lavarse las manos:

—Pablo, voy a comprar un taburete, lo voy a colocar debajo del lavabo y cuando tengas que abrir el grifo no tienes más que sacarlo y subirte en él. Ya verás cómo así vas a poder hacerlo tú solito.

—Abuela, ¿Qué es un tamburete? —pregunta curioso.

—­Taburete, Pablo  —le rectifica.

Desde que le trajeron el taburete, él ya no necesita llamar a su mamá. Cuando tiene que lavarse o coger agua, lo saca de debajo del lavabo, se sube en él con mucho cuidado y llega perfectamente al grifo. Un día se llevó un buen susto porque al abrirlo, salió mucha agua de golpe y se mojó entero.

  Al pequeño  le gusta mucho jugar  mientras se lava hace mucha espuma porque se pone mucho jabón en las manos y se le pasan las horas  muertas debajo del grifo.

—Ciérralo, que hay que cuidar mucho el agua  —le dice Guille.

Para Pablo, el lavabo es el mar. Lo llena de agua y pone todos los barquitos de plástico que le han regalado para su cumpleaños. Entonces, piensa que es el capitán pirata Pata de  Calamar que va en el barco más  grande en donde lleva prisionero a un marinero, allí tienen lugar grandes batallas.

Otras veces coge los animales de  su hermano y también juega con ellos: un cachalote, una orca y un delfín. Se imagina montado en este último recorriendo los mares detrás de una ballena muy juguetona que se esconde entre los arrecifes. Se pone empapado y mancha todo el suelo. Luego se seca las manos y coloca la toalla en el toallero, pero como la pone mal, siempre acaba en el suelo. Guille  le mira y se sonríe porque le hacen mucha gracia  sus ocurrencias.

—¡No sé qué voy a hacer contigo, siempre te estás mojando! –le dice su madre  bajándole del taburete

Su madre ha guardado el taburete y el niño no puede subirse para jugar él solo. Pablo está un poco triste, echa de menos las batallas marítimas.

Un día al venir del colegio, su mamá le dice:

—Pablo, si quieres merendar, corre y lávate las manos.

Como tiene mucha hambre, el niño ha ido corriendo, se ha puesto un poquito de puntillas,  pero ha llegado al lavabo y ha podido abrir el grifo perfectamente sin ninguna ayuda. Cuando se ha dado cuenta, Pablo ha salido corriendo muy contento:

—¡Mamá, abuela, ya llego al lavabo! He crecido mucho y no he tenido que subirme a ningún sitio. Además hago pipí de pie, como mi hermano y ya no mancho la tabla del váter.

Las dos lo miran muy satisfechas. Su mamá le dice:

—Ves Pablo, como bebes mucha leche y comes mucha fruta, te estás haciendo muy mayor.

Pablo se la queda mirando y se ríe en silencio. Ahora podrá volver a jugar con los barquitos como hacía antes sin necesidad de subirse a ningún lado.

Coge el bocadillo que le  han preparado y se lo come de un tirón; todavía tiene que crecer más si quiere llegar él solo a la estantería de los cuentos, como su hermano Guillermo.

 


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1 comentarios:

Conchita dijo...

Cuando he escrito este cuento, he pensado en mi nieto Pablo, él es muy listo y tiene muy buenas ocurrencias. Será todo un hombre cuando crezca.

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