Mensaje de bienvenida

¡Y sin embargo algunas personas dicen que se aburren!¡ Démosles libros!¡Démosles fábulas que los estimulen!¡Démosles cuentos de hadas! Jostein Gaarder

domingo, 30 de octubre de 2011

HALLOWEEN, ANTES DÍA DE DIFUNTOS


Antiguamente,se celebraba el día de difuntos en lugar de Halloween.Cuando yo era pequeña a los niños nos contaban unas historias terribles y  pasábamos  mucho miedo; ahora os podéis disfrazar y asistir a fiestas. Hasta la palabra Halloween  suena como a música ¿a que sí?
Os voy a contar una historia que me ocurrió hace muchísimo tiempo:
Era la época de Halloween y yo estaba en una escuela unitaria en medio de un monte.
La mesa de la profesora estaba de espaldas a la ventana,los niños veían todo el campo, pero yo solo veía la cara de los niños. De repente cuando estaba explicando la lección vi   sus las caras desencajadas y en ese momento  empezaron a gritar como locos. Yo no me acordé de la fecha en que estábamos y, además,  a mí siempre me daba un poco de miedo estar tan sola en medio del monte.   Así que, en lugar  de volver la cara hacia la ventana, que es lo que debía haber hecho, inmediatamente pensé que fuera habría  algún loco que lo chicos conocerían o algo así. Deje que cerraran rápidamente la puerta de la clase y sin poderlo remediar también me puse a chillar presa del pánico. Cuando  me pude dominar, volví la cara  y vi a una mujer,la abuela de un niño, vestida de bruja con escoba y todo.En ese momento me di cuenta de que no debemos dejarnos llevar por los miedos de los demás. De todas formas, me tuvieron que hacer una tila. Yo en aquel momento tuve miedo de los vivos no de los muertos.
Feliz Halloween a todos.


El dibujo lo ha hecho Guillermo. Gracias a él tengo el blog algo más bonito.

Ocurrió en Halloween. Infantil y 1er ciclo

Ocurrió en Halloween


Este cuento y el dibujo están hechos por un niño de cinco años llamado Pablo.
Pablo tenía muchas ganas de tener un cuento en mi blog y, hoy, su deseo se ha cumplido.
Enhorabuena Pablito.


Había una vez un castillo que solo aparecía el día de Halloween.
Asustaba a las personas, por eso todas huían del pueblo.
El pueblo se quedaba solo, vacío y entonces las casas se llenaban de monstruos.
Después de Halloween se iban los monstruos, el castillo desaparecía y
la gente volvía al pueblo y era feliz hasta el próximo día de Halloween y
colorín colorado este cuento se ha acabado.

domingo, 23 de octubre de 2011

Renata, una gata atrevida. Educación Infantil

Renata, una gata atrevida

 

Renata  es muy atrevida.

Cuando trepa a los tejados

casi se juega la vida.

Trepa y se sube hasta el cielo,

pero luego, la muy tonta,

no sabe bajar al suelo.

Cuando se sube al alero

siguiendo a los gorriones,

permanece hipnotizada

con su canto bullanguero.

Esta última semana

se ha pasado varios días

sin querer  comer de nada

escuchando sus gorjeos.

Desde abajo la llamamos,

pero no quiere escucharnos.

Mi madre muy enfadada

ha avisado a  los bomberos.

Subidos por los tejados

con sus trajes encarnados,

corren detrás de Renata,

la sujetan con cuidado

y bajan a nuestra gata.

—¡Eres una descarada!

grita mi madre enojada.

—¡Qué susto que nos has dado!

Yo le susurro al oído—.

—Hoy mi madre, por tu culpa,

me ha reñido con razón.

Si te vuelves a escapar,

te tendré que castigar,

y puede que sin quererlo

te lleves un pescozón.

 

 

 


jueves, 13 de octubre de 2011

Guille y Pablo; Pablo ya llega al lavabo. Infantil, 1er. y 2º ciclo.




Pablo ya llega al lavabo

 Todos los días, cuando Pablo tiene que lavarse la cara y las manos, necesita que su mamá le aúpe,  todavía es pequeño. Él solito no llega, se pone de puntillas y se asoma a ese plato  blanco y gigante que tiene encima de la cabeza. Lo mira con resignación e intenta abrir el grifo, pero nada, es imposible, no llega.

—Mamá, ayúdame, no puedo lavarme.

Su mamá viene rápido, lo toma en brazos, cierra la tapa del retrete y lo sube allí porque desde esa altura lo tiene más fácil: así sí que puede lavarse cómodamente.

Su abuela ha visto el trabajo que le cuesta a su nieto lavarse las manos:

—Pablo, voy a comprar un taburete, lo voy a colocar debajo del lavabo y cuando tengas que abrir el grifo no tienes más que sacarlo y subirte en él. Ya verás cómo así vas a poder hacerlo tú solito.

—Abuela, ¿Qué es un tamburete? —pregunta curioso.

—­Taburete, Pablo  —le rectifica.

Desde que le trajeron el taburete, él ya no necesita llamar a su mamá. Cuando tiene que lavarse o coger agua, lo saca de debajo del lavabo, se sube en él con mucho cuidado y llega perfectamente al grifo. Un día se llevó un buen susto porque al abrirlo, salió mucha agua de golpe y se mojó entero.

  Al pequeño  le gusta mucho jugar  mientras se lava hace mucha espuma porque se pone mucho jabón en las manos y se le pasan las horas  muertas debajo del grifo.

—Ciérralo, que hay que cuidar mucho el agua  —le dice Guille.

Para Pablo, el lavabo es el mar. Lo llena de agua y pone todos los barquitos de plástico que le han regalado para su cumpleaños. Entonces, piensa que es el capitán pirata Pata de  Calamar que va en el barco más  grande en donde lleva prisionero a un marinero, allí tienen lugar grandes batallas.

Otras veces coge los animales de  su hermano y también juega con ellos: un cachalote, una orca y un delfín. Se imagina montado en este último recorriendo los mares detrás de una ballena muy juguetona que se esconde entre los arrecifes. Se pone empapado y mancha todo el suelo. Luego se seca las manos y coloca la toalla en el toallero, pero como la pone mal, siempre acaba en el suelo. Guille  le mira y se sonríe porque le hacen mucha gracia  sus ocurrencias.

—¡No sé qué voy a hacer contigo, siempre te estás mojando! –le dice su madre  bajándole del taburete

Su madre ha guardado el taburete y el niño no puede subirse para jugar él solo. Pablo está un poco triste, echa de menos las batallas marítimas.

Un día al venir del colegio, su mamá le dice:

—Pablo, si quieres merendar, corre y lávate las manos.

Como tiene mucha hambre, el niño ha ido corriendo, se ha puesto un poquito de puntillas,  pero ha llegado al lavabo y ha podido abrir el grifo perfectamente sin ninguna ayuda. Cuando se ha dado cuenta, Pablo ha salido corriendo muy contento:

—¡Mamá, abuela, ya llego al lavabo! He crecido mucho y no he tenido que subirme a ningún sitio. Además hago pipí de pie, como mi hermano y ya no mancho la tabla del váter.

Las dos lo miran muy satisfechas. Su mamá le dice:

—Ves Pablo, como bebes mucha leche y comes mucha fruta, te estás haciendo muy mayor.

Pablo se la queda mirando y se ríe en silencio. Ahora podrá volver a jugar con los barquitos como hacía antes sin necesidad de subirse a ningún lado.

Coge el bocadillo que le  han preparado y se lo come de un tirón; todavía tiene que crecer más si quiere llegar él solo a la estantería de los cuentos, como su hermano Guillermo.

   Todos los días, cuando Pablo tiene que lavarse la cara y las manos, necesita que su mamá le aúpe,  todavía es pequeño. Él solito no llega, se pone de puntillas y se asoma

 a ese plato  blanco y gigante que tiene encima de la cabeza. Lo mira con resignación e

 intenta abrir el grifo, pero nada, es imposible, no llega.

—Mamá, ayúdame, no puedo lavarme.

Su mamá viene rápido, lo toma en brazos, cierra la tapa del retrete y lo sube allí porque desde esa altura lo tiene más fácil: así sí que puede lavarse cómodamente.

Su abuela ha visto el trabajo que le cuesta a su nieto lavarse las manos:

—Pablo, voy a comprar un taburete, lo voy a colocar debajo del lavabo y cuando tengas que abrir el grifo no tienes más que sacarlo y subirte en él. Ya verás cómo así vas a poder hacerlo tú solito.

—Abuela, ¿Qué es un tamburete? —pregunta curioso.

—­Taburete, Pablo  —le rectifica.

Desde que le trajeron el taburete, él ya no necesita llamar a su mamá. Cuando tiene que lavarse o coger agua, lo saca de debajo del lavabo, se sube en él con mucho cuidado y llega perfectamente al grifo. Un día se llevó un buen susto porque al abrirlo, salió mucha agua de golpe y se mojó entero.

  Al pequeño  le gusta mucho jugar  mientras se lava hace mucha espuma porque se pone mucho jabón en las manos y se le pasan las horas  muertas debajo del grifo.

—Ciérralo, que hay que cuidar mucho el agua  —le dice Guille.

Para Pablo, el lavabo es el mar. Lo llena de agua y pone todos los barquitos de plástico que le han regalado para su cumpleaños. Entonces, piensa que es el capitán pirata Pata de  Calamar que va en el barco más  grande en donde lleva prisionero a un marinero, allí tienen lugar grandes batallas.

Otras veces coge los animales de  su hermano y también juega con ellos: un cachalote, una orca y un delfín. Se imagina montado en este último recorriendo los mares detrás de una ballena muy juguetona que se esconde entre los arrecifes. Se pone empapado y mancha todo el suelo. Luego se seca las manos y coloca la toalla en el toallero, pero como la pone mal, siempre acaba en el suelo. Guille  le mira y se sonríe porque le hacen mucha gracia  sus ocurrencias.

—¡No sé qué voy a hacer contigo, siempre te estás mojando! –le dice su madre  bajándole del taburete

Su madre ha guardado el taburete y el niño no puede subirse para jugar él solo. Pablo está un poco triste, echa de menos las batallas marítimas.

Un día al venir del colegio, su mamá le dice:

—Pablo, si quieres merendar, corre y lávate las manos.

Como tiene mucha hambre, el niño ha ido corriendo, se ha puesto un poquito de puntillas,  pero ha llegado al lavabo y ha podido abrir el grifo perfectamente sin ninguna ayuda. Cuando se ha dado cuenta, Pablo ha salido corriendo muy contento:

—¡Mamá, abuela, ya llego al lavabo! He crecido mucho y no he tenido que subirme a ningún sitio. Además hago pipí de pie, como mi hermano y ya no mancho la tabla del váter.

Las dos lo miran muy satisfechas. Su mamá le dice:

—Ves Pablo, como bebes mucha leche y comes mucha fruta, te estás haciendo muy mayor.

Pablo se la queda mirando y se ríe en silencio. Ahora podrá volver a jugar con los barquitos como hacía antes sin necesidad de subirse a ningún lado.

Coge el bocadillo que le  han preparado y se lo come de un tirón; todavía tiene que crecer más si quiere llegar él solo a la estantería de los cuentos, como su hermano Guillermo.

 


T

martes, 11 de octubre de 2011

Tango, el perro pastor; 1er. capítulo

Aquí podéis leer el primer capítulo de Tango, el perro pastor. Estoy segura que si lo hacéis, no os conformaréis con estas páginas sino que querréis llegar al final. Espero que os guste.
       1
      La familia
      aumenta

Era media noche; las montañas del valle del Roncal estaban bañadas por la luz de una inmensa luna. El cielo tenía tantas estrellas que era difícil dejar de mirarlas. Los gigantes de piedra que formaban las foces por donde se deslizaban las aguas del río Esca se levantaban amenazadores.
Asombrado ante tanta belleza, pensaba que ningún otro sitio era tan bonito como su pueblo. Adrián vivía cerca de Burgui, un pequeño rincón situado a la entrada del valle del Roncal. Esa noche, el agua se oía bajar con fuerza y a él siempre le había gustado escuchar su sonido. Había salido a refrescarse después de la gran actividad vivida en su casa hacía unos momentos; sin  embargo, el frío del mes de diciembre le hizo desistir del paseo que tenía previsto y rápidamente volvió a entrar.
Don Jacobo, el veterinario, estaba de pie al lado de la cuadra lavándose las manos en una palangana que Carmen le había llevado para que se asease. Estaba bastante cansado después de ayudar a Duna en la tarea de traer al mundo a una camada de ocho cachorros. Whisky, el padre de los perritos, había estado observando muy nervioso todas las idas y venidas del veterinario.
Adrián se arrodilló cerca de su perra con cara de admiración. ¡Cómo era posible que hubiera llevado ocho cachorros en la barriga y encima acompañar a su padre a cuidar el rebaño! Duna era una perra fantástica.
Cuando entró de nuevo, Patxi, el padre de Adrián, estaba hablando con el veterinario:
—Don Jacobo, yo valoro mucho su trabajo y no voy a regatearle ni un euro, pero sabe bien que, si no fuera porque estos perros son muy necesarios para cuidar nuestras ovejas, no me gastaría ni un céntimo en ellos. Necesitamos todo el dinero para poder sobrevivir. Los pastores no salimos de pobres. Usted, mejor que nadie, conoce nuestro problema.
—¡Ande, Patxi, no sea pesimista! Ya verá cómo este año todo irá mejor. Las predicciones del tiempo dicen que lloverá bastante y, si los pastos son buenos, tendrá mejores ovejas y aumentará su rebaño.
—¡Dios le oiga, don Jacobo! Si todo fuera como usted dice… Pero ahora ya no nos compran ni la lana ni la piel de las ovejas. Desde que aparecieron los tejidos sintéticos y el plástico, tengo que pagar para que me ayuden a esquilar el rebaño y encima pierdo dinero. Como esto siga así, voy a tener que dejar el ganado e irme a la ciudad a buscar trabajo.
La cara de Patxi mostraba una gran pena, pues, para él, dejar el valle del Roncal hubiera sido su muerte. No conocía otra tierra y la llevaba en la sangre. En las noches de invierno, siempre que podía, le contaba a su hijo historias de cuando era pequeño. Le hablaba de su abuelo, el padre de Patxi, que había sido almadiero y siempre le oyó decir que ni él ni su abuela querían para sus hijos un trabajo tan peligroso… Esa fue una de las causas por las que no siguió sus pasos; la otra, la más importante, fue la construcción de la presa de Yesa, que cambió parte del curso de los ríos en el Pirineo navarro y, por consiguiente, acabó con la industria de la almadía. Así que, aunque pensaba que los almadieros tenían una ocupación más excitante que la suya, siendo casi un niño, catorce años, Patxi ya subía con el rebaño y se quedaba en las cabañas como si fuera un hombre.
Cuando su padre hablaba de marcharse de allí, Adrián le escuchaba con preocupación. Siempre que sacaba ese tema, el chico se ponía triste; no se imaginaba el día a día sin él y, aunque tenía mucho genio, la vida sin su compañía se le haría cuesta arriba.
Él le acompañaba a los puertos, como se dice en Burgui cuando suben a los prados de Belagua en la montaña con las  ovejas, siempre que podía con sus dos perros pastores. Estos bellos y dóciles animales eran Duna y Whisky, que guiaban el rebaño con una inteligencia y maestría superior a la de las personas. Por eso, para Adrián, el día de hoy había sido un gran acontecimiento. Casi como si hubiera aumentado su propia familia. ¡Los quería tanto!
Antes de irse, don Jacobo dejó el nombre de unas inyecciones de calcio para Duna:
—Ocho cachorros tiran mucho y la madre puede enfermar dijo el veterinario.
—¡Menos mal que tengo apalabrados siete perros y su venta me dará un poco de dinero para pagar los gastos!
Adrián escuchó a su padre y le preguntó:
—Padre, ¿me podré quedar con uno, verdad?
—Ya veremos. Si me sale otro compromiso, los vendo todos. No están los tiempos para desaprovechar ni un euro.
—Pero, papá, tu amigo Pedro Jesús  tiene tres perros y nosotros solo tenemos a Duna y a Whisky.
—Pedro Jesús tiene más ovejas qué nosotros y puede permitirse todos los perros que quiera.
Adrián se fue a su cuarto con los ojos llenos de lágrimas. ¡Eran tan bonitos! Y además sabía que a Duna le sería más fácil la separación de sus cachorros si le dejaban al menos uno.
La mamá de Adrián, Carmen, se dio cuenta de la desilusión de su hijo. Se despidió de don Jacobo, que continuaba hablando con Patxi, y le siguió a su cuarto.
Adrián se había echado en su cama mirando a la pared, pero, por los suspiros que daba, su madre adivinó que estaba llorando. Se sentó a su lado y, pasándole la mano por la cabeza, empezó a acariciarlo suavemente:
—Adrián, hijo, no te preocupes todavía. Tu padre no te ha dicho que sea seguro que los vaya a vender todos. Por lo menos van a estar con Duna dos meses más o menos. No pienses en que se van a ir y disfruta de ellos durante ese tiempo.
—Mamá, por favor, convéncele para que me deje quedarme uno. Yo le prometo que lo entrenaré para que gane los concursos de recogida de ganado y así no será una carga para la casa.
Carmen le besó en la frente y le prometió que hablaría con él.
Pasaron dos o tres semanas y los cachorros ya andaban alrededor de su madre y jugaban entre ellos. Una tarde, Adrián recibió una visita que le llenó de alegría. Era Luis, el hijo de los vecinos de la casa de al lado.
Se llevó una gran sorpresa, hacía tiempo que no le veía.
Luis vivía en Pamplona y solo venía al valle en vacaciones o algunos fines de semana. No era normal que, quedando pocos días para la Navidad, hubieran adelantado su viaje. Por allí no había muchos chicos con los que distraerse; por eso, cada vez que los vecinos llegaban era como una fiesta.
—¡Qué alegría, Luis, qué suerte que estés aquí; tengo muchas cosas que contarte!
—¿Han nacido ya los cachorros? Hemos venido principalmente para conocerlos.
Los dos eran de la misma edad, pero Luis iba un curso por delante, ya que Adrián perdía bastantes clases cuando tenía que ayudar a su padre con el rebaño. Eso le retrasaba en sus estudios. Los chicos del valle iban todos a un instituto en Roncal, pero el número de alumnos era pequeño, por eso Adrián tenía pocos amigos.
La profesora ya había hablado varias veces con Patxi para hacerle razonar sobre este asunto:
—Mire, si su hijo falta tanto, no va a poder elegir otro trabajo cuando sea mayor que el de pastor. Es lo único que va a saber hacer. Es una pena que un chico tan listo y con tanta sensibilidad no tenga las mismas oportunidades que el resto de sus compañeros.
Patxi reconocía que la profesora tenía razón y durante unos días el chico iba a clase con regularidad, pero, poco a poco, el trabajo con el ganado le iba agobiando y un buen día le decía:
—Adrián, mañana me tienes que ayudar sin falta; hay varias ovejas a punto de parir; mientras yo las atiendo, tú tienes que encargarte del resto del ganado.
Así empezaba otra vez a saltarse las clases, con el consiguiente disgusto de todos, menos de Patxi, que se sentía aliviado con la ayuda de su hijo. El único entretenimiento que tenía Adrián era hacer figuras talladas en madera. ¡Cualquier tronco que estuviera en su mano se podía transformar en lo que él quisiera!
Adrián cogió del brazo a Luis y le señaló el camino con mucha delicadeza, sabía la dificultad que tenía para ver bien. Luis padecía una enfermedad en la vista llamada retinosis pigmentaria que le producía falta de visión, lo que le restaba bastante movilidad; aunque no era normal que la padeciesen las personas tan jóvenes, a él se la diagnosticaron siendo bastante pequeño.
—Ven conmigo, te los voy a enseñar. Los tenemos guardados en la cuadra porque allí están más calentitos; tienes suerte, porque todavía no los hemos vendido.
Luis, más que verlos, los acariciaba y los tocaba con muchísima ternura.
—¡Qué suaves y juguetones! Son preciosos. Si mis padres me dejaran quedarme con uno…
—Es imposible, Luis. Si nos lo hubieses dicho antes, te podríamos haber reservado uno, pero ahora ya los tenemos todos apalabrados.
Al chico se le hizo un nudo en la garganta y a Adrián también, porque le quería mucho y sabía que un perro le haría mucha compañía. Aunque él vivía en la ciudad, allí tampoco tenía muchos amigos. Aquí en el monte era diferente, pues solo al cruzar la verja ya estaba Adrián esperándole para estar con él.
Adrián se acordó enseguida de los consejos que le dio su madre la noche del parto de Duna y le dijo:
—Luis, no te preocupes. Disfruta de ellos ahora que estás aquí. Además, Duna tendrá otra vez cachorros antes de que nos demos cuenta y, entonces, te prometo que te guardaré uno.
Así quedó todo. Estuvieron jugando con los perritos y, ya llegada la noche, Adrián
acompañó a Luis a su casa. Mientras, Amalia, la madre de Luis, había llamado a los padres de Adrián para pedirles permiso para que se quedase a cenar y a dormir con su hijo. Cuando terminaron de cenar subieron a la habitación y Luis enseñó a Adrián algunos de sus libros escritos en Braille.
Era la primera vez que él veía unos libros con las páginas llenas de puntitos en relieve, en lugar de con letras e ilustraciones; estaba muy sorprendido. Luis le explicó que estaban escritos especialmente para ciegos:
—El señor que inventó este sistema se llamaba Braille y, gracias a él, yo puedo leer todo lo que quiero, lo mismo que tú.
—Hombre, yo ya había oído hablar de un método para ciegos, pero, chico, ver los libros de esta forma me ha dejado de piedra. ¡Vaya tío listo ese Braille!
Luis se echó a reír; le dio a Adrián un libro de aventuras y estuvieron leyendo hasta bien entrada la noche.
—¡Cómo me gusta que tu madre me haya invitado! Así, mañana no me tendré
que levantar temprano para ayudar a mi padre con el rebaño. Buenas noches, Luis.
—Buenas noches.
Adrián soñó que vivía en una casa preciosa. Tenía todo lo que quería y no necesitaba vender sus perros para sacar dinero. Luis soñó que estaba en el prado con un montón de cachorros que se le subían encima y no paraban de lamerle la cara y jugar con él.
Al día siguiente, se levantaron pronto y salieron a jugar con Duna y los perros. Whisky estaba con Patxi en los corrales con el rebaño. Había muchas ovejas recién paridas y necesitaban muchos cuidados. Sin embargo, Adrián estuvo todo el tiempo con su amigo.
Así pasó el fin de semana y todo volvió a la normalidad: los vecinos regresaron con pena a Pamplona y Adrián volvió al instituto, aunque de vez en cuando interrumpía sus estudios para ayudar a su padre con el rebaño