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¡Y sin embargo algunas personas dicen que se aburren!¡ Démosles libros!¡Démosles fábulas que los estimulen!¡Démosles cuentos de hadas! Jostein Gaarder

sábado, 5 de marzo de 2011

El susto de Pinocho 2º y 3er ciclo


El susto de Pinocho

En el taller de Vicent, el maestro fallero, se estaban dando los últimos toques a la falla infantil. El taller estaba situado en una gran nave para poder levantar una grúa a una altura respetable en caso de que la Falla lo requiriese.

El tema de este año eran los cuentos infantiles, y los pequeños ninots que representaban a los personajes de los mismos eran muy variados. Se  podía ver a Caperucita y al lobo, a Peter Pan y al Capitán Garfio, a Cenicienta, al príncipe, a la madrastra y a las hermanastras, a Mickey Mouse, a la Sirenita, al pececito Nemo, a la Ratita presumida y a un sinfín de protagonistas que habían hecho durante muchos años las delicias de los niños de medio mundo.

El maestro fallero estaba terminando el ninot que representaba a Pinocho. Estaba muy orgulloso de lo bonito que le había quedado:

“¡Parece que tiene vida!”, —pensó sin querer ofender a los otros. Para él todos eran como hijos. En ese momento  sintió lo mismo que  Geppeto cuando, al construir a Pinocho y mirarlo detenidamente, pidió que el muñeco de madera se convirtiera en un niño de verdad.

—¡Cosas de cuentos!  —dijo para sus adentros. Siguió trabajando, sin darle importancia a los pensamientos que a veces  se le pasaban por la cabeza. De sobra sabía él que toda su obra iba a ser devorada por el fuego, y nada ni nadie podría arreglarlo.

Por fin dio por concluido su trabajo. Ahora tenía que esperar a que la colocasen en la calle y que pasara un jurado para ver si le daban algún premio. Si lo conseguía, tenía asegurado el trabajo para las fallas del próximo año.

Cuando apagó las luces del taller, Vicent se fue a su casa a dormir y soñó que el hada  miró a Pinocho y lo vio tan perfecto que lo convirtió en un niño de verdad.

 Se despertó sudando, se levantó  y, aunque todavía no había amanecido, fue a ver cómo estaban sus ninots.

El silencio reinaba en la gran nave. Nadie había entrado, todo estaba como él lo había dejado. Había sido una pesadilla. Era natural, todos los años le pasaba lo mismo en estas fechas. La tensión de la Plantá y el reparto de premios le sacaban de sus casillas. Cerró la puerta y se marchó a su casa.

—¡Mañana será otro día! —exclamó.

Al escuchar el portazo, el hada del cuento se bajó de la falla. Se había colocado en la parte de atrás de la misma como si se tratase de un ninot  más cuando oyó entrar a Vicent.

“¡Menos mal que  no se ha dado cuenta, sino buena se habría armado” —pensó.

Buscó a su alrededor y, al ver a Pinocho al lado de Pepito Grillo convertido otra vez en   un muñeco de madera, se le llenaron los ojos de lágrimas y…no lo pudo remediar. Le tocó la cabeza con la varita  y Pinocho empezó a respirar, a ver, a escuchar y a sentir dentro de su cuerpo de pasta de papel. Una ola de sensaciones  lo iban invadiendo de una forma arrolladora, siendo muy difícil para él poder controlarlas. Sin embargo, comprobó que no se podía levantar ni mover  ni tan siquiera hablar. Cuando el hada se dio cuenta de lo que le ocurría le abrazó y le dijo:

—Lo siento Pinocho, esta vez el prodigio está incompleto,  ahora soy más vieja y ya no tengo tanto poder. Solo te he devuelto el alma pero ya no puedo hacer que te muevas ni que vayas por ahí como cualquier niño de tu edad. El poder de las hadas se va perdiendo con la edad, sin embargo no lo he podido resistir, he recordado cuando tu padre me pidió que realizase un milagro contigo y lo he intentado de nuevo.

“De todas maneras, gracias por  darme un poco de vida” —pensó Pinocho.

El hada le entendió y le sonrió. Le volvió a besar en la frente y desapareció. A Pinocho le daba igual que la magia de su hada buena hubiera disminuido; él quería ver y sentir todo aquello de las fallas. Le había cogido cariño a Vicent y quería entender por qué se emocionaba tanto cuando las estaba construyendo.

Llegó el día de la plantá y Vicent empezó a preparar todos los elementos de su falla para llevárselos a su ubicación definitiva. Por un lado puso los ninots en una furgoneta bien colocados para que no se rompiese ninguno y, por otro, en una camioneta, la plataforma en donde iban a estar situados definitivamente.

Estuvieron callejeando durante un rato. Las calles de Valencia estaban animadísimas. Pinocho iba en la parte de arriba de la furgoneta y miraba con admiración todo lo que ocurría a su alrededor. Vio un edificio que le parecía el esqueleto de una gran ballena; ¡le recorrió un escalofrío por su pequeño cuerpo! Recordó   lo que vivió con su padre en el interior del estómago de un animal parecido. A continuación, vieron otro que parecía un casco gigante. ¡Qué edificaciones tan artísticas! ¡Cómo le gustaba esa ciudad!

Llegaron al sitio indicado y los depositaron en el suelo. Se formó una gran algarabía a su alrededor.  Los falleros se acercaron por allí y, siguiendo las órdenes del maestro, dejaron todo terminado.

Vicent miró su obra orgulloso y dijo:

—¡Este año hemos hecho una gran falla! ¡Seguro que nos llevamos un premio! —exclamó.

 “      ¡Madre mía, un premio, qué emocionante es todo esto!” —pensó Pinocho.

Mientras, se fueron formando grupos de personas. Charlaban y charlaban y Pinocho disfrutaba viendo la animación y los comentarios que los ninots provocaban. Pinocho era feliz.

Delante de él pasaban sin cesar distintos personajes que Pinocho observaba como si la falla estuviese fuera y las personas fuesen los ninots en vez de lo contrario.

La gente no tenía ganas de irse a dormir, pero se hizo de noche y  todo se tranquilizó. Se fueron marchando a sus casas y él pudo descansar.

Al día siguiente observó otra vez un gran alboroto, era la Junta Central Fallera que venía a otorgar los premios. Efectivamente les gustó mucho la falla y  Vicent obtuvo el 2º premio. ¡Todos estaban muy contentos!

Durante unos días Pinocho tuvo la sensación de estar ante un escaparate. Delante de él se realizaban montones de actividades para los niños.

Todas las mañanas, la despertá;  por las tardes hacían chocolatás con buñuelos de calabaza:

—¡Tienen que estar buenísimos! —decía Pinocho,  viendo a la gente que se relamía de gusto cuando los comían.

—¡Que divertidas son las Fallas! —no paraba de repetir. De vez en cuando  oía hablar de la Cremá, pero él estaba tranquilo, no  sabía lo que eso significaba.

—¡Llegó la noche señalada! —oyó decir al maestro Vicent. Había más animación que de costumbre alrededor suyo.

—Ya es la hora ¿Cuánto tiempo le queda por venir al pirotécnico?  —preguntó un hombre muy serio.

—No creo que le falte mucho. Vamos a ir colocando la pólvora para ir adelantando.

Dicho esto, empezaron a preparar alrededor de los ninots unos paquetitos liados en papel y atados unos a otros por una mecha. La gente que los vio empezó a aplaudir y los niños que estaban por allí cerca decían:

—¡Bravo, bravo, la traca, están poniendo la traca!

Pinocho oía todo esto sin entender lo que era una traca, ni lo que iba a ocurrir a continuación. Desde su sitio miraba todo lo que le rodeaba con mucho interés.

 “¡Anda, ha venido el maestro fallero! ¡Hola Vicent!” — pensó muy contento.  

Vicent hablada animadamente con algunas personas que estaban a su alrededor

—¡Qué pena que todo esto se queme! —comentaban las falleras.

-Es verdad, si por mí fuera no quemaría ningún ninot —dijo la fallera infantil.

—¿¡Eh!? ¿¡ Qué es lo que han dicho!? Me  ha parecido oír que toda la falla se va a quemar . ¿¡Cómo es posible!?  ¡Voy a arder como si fuera un trozo de leña echado a una chimenea! ¡No puede ser, no quiero que me quemen!  “Maestro ¡tú no puedes consentir que tu obra se convierta en cenizas” —pensaba dirigiéndose a Vicent.  Y estos ninots que están aquí a mi lado, tan tranquilos... Vaya una faena que me ha hecho el hada buena. ¡Si al menos pudiera salir corriendo! pero no puedo mover las piernas, solo puedo sentir. ¡Es terrible!

Pinocho empezó a sufrir como nunca lo había hecho. Había vivido numerosos peligros durante su vida anterior, pero ninguno le pareció tan grande como el  que le acechaba en ese momento. Sin saber cómo, Pinocho empezó a llorar silenciosamente. Las lágrimas se deslizaban por sus mejillas como si algunas gotas de lluvia le hubiesen caído desde el cielo.

Amparito, la  fallera  mayor infantil, estaba observando a todos los ninots y al ver lo que estaba ocurriendo con Pinocho, dijo:

—Papá ese ninot está tan bien hecho que parece que está llorando, ¡no quiero que lo quemen!

—Ya sabes que a la fallera mayor infantil le dejan que elija algún ninot de recuerdo. Puedes indultar a Pinocho y quedártelo si es que te gusta tanto.

Pinocho al oír eso se tranquilizó un poco, pero solo un poco. De sobra sabía que los niños cambian de parecer en un segundo. Seguía tan nervioso que no paraba de llorar. Los niños que estaban a su alrededor decían:

—¡Mirad, mirad! ¡Pinocho parece que está llorando de verdad!

Su amiga Amparito decía:

—¡Papá, papá, está llorando! Solo ella y los demás niños, se habían dado cuenta del sufrimiento de Pinocho.

Por fin apareció un grupo de falleros y falleras acompañados de una banda de música organizando un gran alboroto y se colocaron alrededor de la falla. El presidente de la misma dijo a Amparito:

-Ya sabes que te puedes quedar con un ninot. ¿Cuál te gusta? ¿Quieres a Caperucita, a Cenicienta…? Cualquiera de las dos, son preciosas.

Pinocho empezó a sudar. ¡Tenía mucho miedo! ¿Y si no se decidía por él?

Pinocho gritaba sin voz:

—Elígeme a mí, elígeme a mí. Pero ella no le oía.

La niña de quedó observando a todos los ninots y por fin dijo:

—No, ¡quiero a Pinocho y a Pepito Grillo!

A Pinocho le dio un vuelco el corazón. Se sintió elevado por los aires y una voz dijo:

—Amparito, toma tu Pinocho.

Todo el mundo aplaudió. Lo depositaron en sus brazos y él se sintió como en el paraíso. Lo que vino a continuación no le interesó para nada a nuestro protagonista, ni los fuegos artificiales, ni las tracas, ni los bomberos, ni las bandas de música ni el fuego. El susto que se había llevado le había agotado tanto, que pasado el peligro, le fue entrando un gran sopor.

“¡Qué sueño tengo!” —pensó.

Una sensación de mareo le fue invadiendo hasta que  entró en  un profundo letargo y  se quedó totalmente dormido. El hechizo del hada estaba desapareciendo y Pinocho volvía a ser un muñeco de verdad.

 

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3 comentarios:

Conchita dijo...

Aunque había prometido colgar solo dos cuentos por mes, he pensado que esta historia es muy adecuada para Fallas; por eso se lo dedico especialmente a los niños valencianos. Espero que os guste.

Marisa Alonso Santamaría dijo...

¡Felicidades Conchita!
Los pequeños de Valencia estarán felices con este bonito cuento.
Un abrazo muy fuerte.

Conchita dijo...

Muchas gracias, Marisa. Gracias por pasarte por mi blog.

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